Santa Catalina
extiende sus brazos
en la ciudad duermen sus muros
casi encaramados
entre las piedras antiguas
regazo
de esas otras casas con sus encantos.
Tan alta y esbelta
tan hermosa su cintura,
ojos de gran belleza
casi lazo
al aire lanzado
que llega trayendo suspiros
de un antiguo enamorado,
Micalet que la mira
y se siente enojado
cuando oye sus campanas avisando
días de fiesta
y él encaramado
a ese altar de piedras
erguido por un amo
que lo quiere para él
aunque sabe que su corazón está en otro lado.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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