No estuvo por aquí Panero
delirando versos
con su cinturón de cuero,
camisa ceñida
y sus manos convertidas en cenicero,
diciendo verdades
y metiendo miedo.
No estuvo,
se derritió
como si fuera un cubito de hielo,
ascendió a las alturas
y bajó con un lapicero
para decir que el Ángel estaba vivo
y que había dado recuerdos
para su Curra
y aquella corte de jóvenes de todos los sexos
con el pelo cortado al cero
vomitando diluvios en los callejones de las ciudades
de hierro y cemento.
Vieron a Panero,
Cesar Imperatum,
dominando a los muertos de un cementerio,
cosiendo heridas,
lavando cuerpos,
cogiendo hormigas heridas que llevaba a sus hormigueros,
como si el fuera el mecenas de otro mundo más pequeño
en el que solo pueden vivir los que no están cuerdos.
Dejó su patria,
se adentró por los caminos del olvido
e hizo del miedo
algo así como un teorema
que enlazaba con olvidados segmentos
de unos años crueles, en que los héroes eran muñecas y muñecos
vestidos con chupas de cuero negro.
Cucharillas de café,
agujas finas de acero,
polvo blanco
en algún estercolero,
¿quien sabe el qué ascendiendo?
desde los pies
a los helados huesos
de un ser viviente ya muerto
para quienes viven en un mundo externo
que crece ajeno
a los subterráneos por donde corren ríos de rojos caudales llenos.
¿Qué años y que recuerdos?
Los vivieron a velocidad de rayo
y estornudo de trueno
aquellos que pasaron a la historia en el mayor de los silencios,
mientras los reyes se hacían ricos
y los políticos con chaquetas de franela del color marrón de los estercoleros
llenaban de panfletos
las grandes vías, las rúes y los callejones de los barrios pobres
donde los jóvenes soñaban con meterse en el cuerpo veneno.
El blanco de las paredes,
la cal era para ellos,
su Dios imbatible, su amigo sincero.
Se marchó Panero
y lo hizo sin que se oyera un mal pedo,
con los dedos tiznados por la nicotina y veneno,
con los ojos impregnados de malos deseos,
y con el cuerpo vencido se hizo fuerte
en algún callejón sin salida
de aquellos
en que se consumía de todo,
se jugaba con la muerte,
no se tenía miedo,
era el momento por el momento,
el puntanzo,
el pico dentro,
y la mente viajando por una galaxia de negros bosques y largos segmentos, dedos.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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