En la soledad del páramo
blandiendo sus espadas el cielo
lloran los hombres, gimen los vientos
ante la esterilidad de los surcos
para cuando sobre ellos
se hielan los granos antes de ver la luz de los amaneceres inciertos.
blandiendo sus espadas el cielo
lloran los hombres, gimen los vientos
ante la esterilidad de los surcos
para cuando sobre ellos
se hielan los granos antes de ver la luz de los amaneceres inciertos.
Sabemos que estamos,
lo olemos,
son los crudos inviernos
como las mortajas negras que cubren los cuerpos
de los muertos.
lo olemos,
son los crudos inviernos
como las mortajas negras que cubren los cuerpos
de los muertos.
Llegamos y nos movemos
tocamos los troncos secos
que crecen junto a los caminos
que llevan al viejo cementerio
se oye el silencio
llamando a las puertas entrando dentro
para tomar con su ruido seco
los diversos aposentos
de las casas abandonadas, de los pozos sin brocales al espacio descubierto.
tocamos los troncos secos
que crecen junto a los caminos
que llevan al viejo cementerio
se oye el silencio
llamando a las puertas entrando dentro
para tomar con su ruido seco
los diversos aposentos
de las casas abandonadas, de los pozos sin brocales al espacio descubierto.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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