domingo, 30 de mayo de 2021

FIESTAS Y MÁS FIESTAS, EN PINAREJO SUENA UNA ACORDEÓN Y SE BAILAN PASODOBLES A BUEN RITMO

 Este año supongo que tendremos fiestas en los pueblos, entre ellos en el nuestro Pinarejo, pero serán diferentes. Las fiestas han cambiado su sentido histórico y ya no son lo que eran y a pesar de todo las continuamos añorando, con muchas ganas y unas ciertas dosis de nostalgia. 

Recuerdo las fiestas de mi infancia y años de juventud, una al año, con sus días festivos, a lo sumo dos, en aquellos ambientes rurales que daban para que los más lanzados torearan la vaquillas, y otros, compraran lo imprescindible, en los puestos de peladillas y de vendedores de baratijas, que en puntos señalados de los pueblos montaban sus tenderetes.

Las gentes disfrutaban bailando en las verbenas amenizadas con acordeonistas y algunas que otras bandas musicales, que años tras años volvían como las cigüeñas, a los mismos lugares, para hacer  sus pinitos y ganarse unas pesetas. Así las fiestas se inmortalizaban y pasaban de padres a hijos, como si estas fueran una herencia que había que conservar por el bien de las familias y de los pueblos.

Mi padre nos contaba de aquellas fiestas que se celebraban en casa de sus padres, en un patio, todo el, recubiertas las paredes, de geranios y lirios, y como estas fiestas se alargaban a lo largo de las primeras horas de la noche. Una de las pocas radios del pueblo pertenecía a mi abuelo y de ahí el hecho de aquellas fiestas con sus consabidos recuerdos. Mi padre comentaba que su familia era desde siempre muy aficionada al baile y se que este misterio, magia, se ha conservado y algunos primos y primas menean el esqueleto con muchas ganas y afición. Mi hermano lo intenta y consigue, yo lo intento, pero no es lo mío, a no ser que vaya un poquito entonado, lo justo.

Para los tiempos que les habló todavía se hacía el trasiego y venta de animales en los días de fiesta grande en los pueblos, este es el origen de las fiestas rurales; en ellos los tratantes llegaban a las plazas de los pueblos y exponían  para la venta los animales, burros, machos, cabras, vacas, ovejas…, al mejor postor. Era un ritual repetitivo, casi sagrado, entre tratantes, ganaderos y pastores, compradores y vendedores, todos en un mismo empeño, unos en comprar, otros en vender y otros en llevarse un pellizco, por mediar en el pacto; todo terminaba en la taberna con un  apretón de manos y unos buen sorbos de vasos de vino o de lo que se denominaba como cuerva, que era vino blanco, casi siempre, con azúcar y trozos de frutas del tiempo y limón, que se mezclaba en los lebrillos y se repartía, siempre en un mismo vaso, unos detrás de otros, como si fueran trocitos de cielo.

Algo ya había cambiado para aquellas fechas de los años 50 y 60 del siglo XX. Mi madre y mi padre me hablaban de otras fiestas, de años anteriores de principios del siglo XX, en las que se acudía a las fiestas para degustar los productos típicos de la zona y en las que las gentes marchaban de unos a otros pueblos para entrelazar más las amistades y guisar al amparo de las sombras de los carros, bajo los árboles, olmos, gachas manchegas, migas, beber vino tinto o blanco o turbio y probar dulces típicos, entre ellos borrachuelos, saborear magdalenas y tortas caseras y puñados de tostones: cañamones y trigo tostado, habas y garbanzos, que se llevaban en los bolsillos como si fueran monedas de cambio. 

Mis padres me hablaban de las fiestas de Honrubia y de San Clemente y de Belmonte y lo hacían con ese sosiego de quienes no aspiraban a otra cosa que no fuera un buen trabajo, no tener deudas y dar una buena educación a sus hijos. Ese era el ambiente que se respiraba por aquellos días en Pinarejo; hablo de nuestras niñeces, cómo quien todavía se agarra a las raíces fértiles de los almendrucos que crecen en los ribazos de los caminos, mostrando con su ancianidad que son sobrevivientes a todos los avatares de la historia.

Con el tiempo cambió todo, para que finalmente la pandemia, el COVID, nos devuelva a casi lo mismo, con una diferencia y es que ahora todos los días tenemos, en la caja tonta, televisión, nuestro apartado de fiestas y de sucesos, en grado superlativo.

Aunque todo venga a ser así y a pesar de los pesares, gracias a Dios, todavía se continúan celebrando fiestas con sentido participativo, en los ambientes rurales más profundos; así vemos como los santos y santas salen a las calles, en procesiones y rogativas, como queriendo decir, aquí estamos nosotros para ser las almas encargadas de guiar a nuestros pueblos. ¡Ojala en Pinarejo este año amanezcamos un día con fiestas y allí nos veamos todos, como hace ya de esto medio siglo!

El COVID, como venimos diciendo,  vuelve a modificar nuestros hábitos, este año a medio camino con la normalidad volveremos a tener fiestas y estás volverán a incidir en lo mismo, perdido su sentido, hasta aquel que tenía que ver con los ciclos de los cultivos y cosechas.

Saldrán, si nada lo impide, los campesinos y las campesinas, los jornaleros y jornaleras, como siempre, para pasea las imágenes de los santos y santas, bailar en lo que se pueda y hacerse unos aperitivos, donde se pueda, bar o casa, estar en familia y recordar viejos tiempos.

De todo esto que estamos hablando nos quedamos con ese último músculo que nos une al pasado antropológico  de nuestras fiestas tan bien tratado por Caro Baroja, artífice, que nos lleva a una geografía peninsular de tinte festivo y de calado universal que la modernidad esta perdiendo por un exceso de fiestas y por unos cambios, sin vuelta atrás, a nivel estructural, económico y social, de la población española.

No obstante y dicho todo esto, yo no reniego de lo antiguo, ni de la capa, ni  de la boina, ni del abrazo y saludo con las manos, ni de aquella expresión simple, pero cercana, que decía: “Buenas fiestas tengan amigas y amigos”

Autor: José Vicente Navarro Rubio 


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