No se sabe como fue la herida, ni la profundidad ni la cantidad de sangre perdida. No se sabe si quienes con su capitán iban sufrieron de cólera o mordieron la lengua y se fueron del lugar de prisa.
No se sabe si hubo muertos o más heridas o sobre si el lugar quedó perdida alguna reliquia. De todo esto no se sabe nada más que lo que contarían las fuentes escritas y aunque se trasladan los hechos y estos caminan de boca en boca y muchas veces no hay prisa, las fuentes siempre eran las mismas; quizás el miedo, sepa Dios lo que ocurriría aquel día en que Don Jorge Manrique cayó herido y como si fuera una estampida del lugar todos desaparecerían; unos hacia el Castillo para dar nuevas y los otros roto el corazón y llenos de penas que a todos los presentes les atenazarían hacia Santa María del Campo, que aun siendo Rus, por aquellos días no gozaba de este apelativo que le llegaría más tarde, ya el siglo XIX comenzado y el XX a la vista.
Para quienes conocemos la zona es más fácil entender lo que aquella comitiva sufriría siguiendo sendas y caminos, atravesando campos, cruzando vados, hasta llegar a su destino.
Si fue de noche, pocas luces se verían, casi ninguna, la oscuridad reinaría por todos los lados y los silencios durante un largo trecho serían eternos y el ruido de los tropeles de caballos ya llegando al campamento son de esas cuestiones a destacar, que aun queriéndolas imaginar, se escapan por completo a la posible realidad.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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