En la calle en la que vivo
no hace falta afilador,
de aquellos que con armónica
en la boca avisaba,
que por allí estaba,
con su piedra de afilar
y motocicleta preparada
para llevar el negocio en marcha.
El chirrido que se oye
es parecido
al cantar de las chicharras
cuando en los días con mucho calor
desde las altas ramas
armonizan los campos
sin cobrar nada.
La chichara de mi calle
corta el granito
como si fuera mantequilla prensada,
suena de vez en cuando
y para cuando le viene en gana.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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