Cuando se escriben poemas
se tiene que ser rápidos con el gatillo,
de nada sirven los duelos sin muertos,
ni los tiros fallidos.
El oeste estaba lleno de vaqueros
que pululaban por los poblados
infectos de cuatreros
y cazadores de búfalos,
entre despiadados forajidos.
Estos poblados son ahora
grandes urbes
de elevados rascacielos
y parques llenos de vagabundos,
cada uno durmiendo en su banco
bien tapaditos con sus periódicos
y cajas de cartón reconvertidas
en minúsculos domicilios.
Hemos pasado de lo épico
a lo grotesco
y lo hemos hecho
en menos de un minuto,
queda ahora,
ya el pie puesto sobre el pedal
que nos llevará de uno a otro sitio,
liar un pitillo,
sacar conclusiones
y si se estima oportuno
preguntarnos el por qué
de este retorno casi místico
al lejano oeste
y sin dar tiempo al olvido
a un parque cualquiera
de una ciudad de Estados Unidos.
Sigo en el poblado
y cuento indios,
muertos y desaparecidos
en una película cualquiera
de aquellas que veíamos
cuando éramos niños.
Los indios de ahora son diferentes,
tienen mejor tipo,
ya no invocan a Manitu
ni guerrean los sábados ni domingos,
hoy para ser indio
solo hace falta decirlo
sin que esto suponga perjuicio alguno.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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