Me duele decir
que procedo
de una generación perdida.
Me duele decir
que no hemos sabido conservar
el saber estar de nuestros padres,
Me duele decir que
sus formas de vida
forman partes ya
de los museos etnográficos,
de los viejos escritos
y estimadas canciones.
Me duele decir
que hemos ido muy rápidos
que la modernidad mal entendida
nos ha hecho saltar
por encima de mil edades,
que la historia que se cuente
se sacará de discos duros
escritos por ¡Dios quien sabe!
Me duele decir
que comemos peor
y vivimos
pendientes de lo intranscendente,
de aquello que solo sobrevive
al tiempo de una bronca
o de una sonrisa,
o de una mueca
que se interpreta a base echar
al asunto paños calientes.
Si al menos las generaciones futuras
pudieran asomarse al pasado
para convivir
aunque solo fuera unas horas
con el disfrute del sol y la luna,
no me dolería decir
que hemos aprendido algo.
Sin móviles por medio,
ni otras formas de culturas cibernéticas
mucho es lo que ganaría está humanidad
en que solo priman las prisas,
la avaricia,
el uso del tiempo
en cuestiones que nada dicen
y en estar siempre al limite
de los principios más elementales de la vida.
¿Qué me dicen?
Una generación perdida
no es una tontería
y más si el estado no tutela,
si nada queda,
nada somos,
nada dejamos,
en el futuro nada seremos
¿Qué somos entonces?
Si lo que nos procuramos
como forma de vida
son placeres
que entran en disputa
con el amor verdadero
y el sentido fraternal de familia.
¿Qué hay de nuestro sentido noble
de ver la vida
como seres humanos
que en todo somos sociables?
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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