miércoles, 17 de abril de 2024

POESÍA: DUELO A MUERTE

Y es que por allí
el whisky corría
y de boca en boca
las botellas sobre la barra de un salón
 iban y venían.

Se veía a  ellas las chicas
bailar el Can Can con alegría
y gran energía
y para ello se arreglaban y vestían,
con artísticos peinados 
y botines y faldas de seda
con volantes y pedrería,
que se subían hasta las rodillas.

Era aquel un pueblo sin ley
con su salón y bailarinas,
con su barra de madera,
y un espejo ovalado
 en el que las miradas
se encontraban y entre ellas
se rehuían.

Por allí sentado en una silla había
un jugador de póquer de  gatillo fácil
y en la cintura
un revólver Colt 45
lleno de muescas
como si fueran las raspas de una sardina.

Un duelo en aquellas tierras
llenas de sorpresas y maravillas
era todo un acontecimiento
que nadie se perdía.

En posición de duelo
lo que mandaba era la pericia
y sobre todo la puntería.

Desenfundar y morir
estaba al orden del día,
casi siempre
con un tiro entre las costillas,
que era para quien lo sufría
 algo parecido
a sacar un billete de ida
para la otra vida.

Hickok y Tutt
quisieron a las mismas chicas,
se emborrachaban de la misma
botella en que bebían
y los dos murieron
de formas muy parecidas,
pero en este caso,
así se afirma,
 de dos disparos 
y con dos balas distintas
que acabaron con sus vidas.

No fueron muchos los duelos
que en el Lejano y Viejo Oeste
por aquella época se sucedían.

Lo normal era morir por la espalda,
como si se fuera a matar 
a una perfida sabandija,
pocos eran los valientes
a lo que se bien veía,
 dado que en caso de no acertar
era mucho lo que perder se podía.

Autor: José Vicente Navarro Rubio

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