Ya son los poemas que se nos escapan
y no están escritos
ojos de ríos,
que aparecen y desaparecen,
que nos llegan con su rumor
y con sus aguas
cuando no vivas muertas,
cuando no tempestuosas,
cuando no ya casi salitre
que se viene hasta aquí,
a estas orillas,
donde uno escribe un poema
que solo servirá para este día.
Tienen los poemas
que me sirven para trazar estas letras,
las alas cortas
y vuelan hasta allí
donde pueden ser leídos,
esa es su gracia y fortuna
y es también su fría sepultura.
Cuantos poemas
no han llegado a ser leídos nunca
por las amadas
a quienes fueron escritos
y cuantos han sido
pasto del olvido o del fuego,
para ir allí donde nada vuelve
que no sean las cenizas,
ya los versos carcomidos por el fuego,
el papel volando por el aire
y por allí entre expectantes silencios
las palabras más bonitas
que jamás nunca nadie ha dicho.
Cuanto de amor el viento lleva
en su vorágine
de surcas cielos
en pos de más y más aventuras
y cuantas llamas son alimentadas
con los amores contenidos
en los viejos libros de poesía,
ya solo ahora recuerdos
y más recuerdos,
ya poco de misterios
y menos de nada que no sea
el alba que nos llama
para decirnos que ya es hora
de comenzar a hacer de todo un poco,
de poetas que nos sabemos condenados
a ser lo que de nosotros se dice,
aunque uno sospecha
que las mejores poesías
son las que nunca se sabrá
por quienes fueron escritas,
pues fueron recitados en voz viva
y en eso quedaron.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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