Anda Don Quijote
dando vueltas por el mundo,
hoy lo he visto
a pocas leguas
de una hermosa playa,
calentada sin necesidad de hornillo
por la majestuosidad de un sol
que de lo lindo apretaba.
Llevaba Don Quijote un bañador
que más parecía un jubón
que un trapito de esos
que no cubre más allá
de donde Dios puso
lo que puso
y lucia un buen tipo
conseguido con paciencia
a base de grandes sacrificios,
por esas tierras de la Mancha
en las que son pobres de solemnidad
hasta los muy ricos.
A su lado Sancho Panza,
regordete y bajito,
mostraba su cintura
en forma de tonel de vino,
andaba meneando el culo
y se cubría la cabeza
con un sombrero de paja
lleno de agujeritos.
Entre dientes
decía nuestro buen amigo
Don Quijote
que los mares son todos
en algo parecidos,
por aquello de que agua llevan,
y sal y peces y barcos y barquitos,
entre nubes que cruzan
como si hubieran perdido el tino
y no supieran de que va su oficio.
Una tonadilla canta Don Quijote
en un merendero casi chamizo,
por aquello de que se siente a gusto.
y así mirando de frente
hacia donde se alza un castillo
lanza algo parecido a un gran exabrupto:
¡Ay madre que nací
tocado por la mano del destino,
en esta playa me veo
sin más gigantes y cabezudos
que una palmera que se alza
para no dar nunca
sombras ni frutos.
Si tu madre que me has concebido
quieres de mi algo
yo te compro un pino
para que lo plantes allí
donde corre el viento de lunes a domingo!
Sancho Panza callaba
el muy astuto,
sabía que su amo era muy ducho
en dar malos consejos
y en crearse despiadados enemigos,
muy fuerte en letras y en números,
de esos que si bien se emplean
ayudan a comer de lo lindo,
en cualquier mundana taberna
de las muchas que hay
en los cruces de caminos
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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