Me miro y me veo siendo poeta
hasta comiendo
y eso indica que tengo todavía
a estas horas del mediodía
el duende metido en mis tripas.
Sentado estoy
a la espera de que la mesa
se vea cubierta de esas delicias
que feliz harían
hasta al propio Felón
del galo filo,
diestro en hacer
en las comidas felonías .
Me agrada del pollo
el color rosado de sus carnes
entre mis dientes
me sabe a delicias.
Con las carnes rojas
de las perdices, conejos
y todo tipo de cabras altivas
juegan mis molares
con total garantía
que cumplirán en aquello
de ganar en la batalla que les lleva
para cuando las muelas chirrían.
Del mar todo me inspira
un placer de aúpa,
ya comenzando con las sardinas,
pasando por las gambas,
ya me vengan sepias o salmones
que con ellos me sirvo
hasta la coronilla.
Los flanes son un placer,
los dulces una maravilla,
los vinos y champán
son de todo
lo único en un viaje
que en casa no me dejaría.
Si hablamos de frutas
es que las desnudo
mientras toco su pulpa
y ya los cafés y licores
me entran
como si mi boca fuera
la de un cañón de artillería,
siempre dispuesto
a ser cargado
y eso que es mala mi puntería.
Para cuando pido la cuenta
en el restaurante
en que me sirven
estás suculentas comidas
resulta
que solo me da para pagar
un tomate,
un pepino y una endivia.
Nada hay como desear
y contentarse
con esas cosillas
que quitan el hambre
y hacen grandes las barrigas.
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