jueves, 19 de septiembre de 2024

POESÍA: DIARIO DE VERANO LXXX ( HISTORIA DE UN POETA ROBOTIZADO)

 Yace mi amada 
en el interior
de un contenedor sin techo.

Toda ella es ya chatarra pura
muy codiciada 
por los quinquilleros,
acostumbrados a recoger 
trastos viejos 
y vender cazuelas y pucheros.

Sus ojos son ya dos bolas
 de cristal
que ruedan por el suelo,
con su cristalino
mirando hacia allí 
donde un rayo de sol
se convierte 
en la única luz 
de un instante ciego,
en que la vida se va
y la muerte llega corriendo.

Son sus senos algo parecido
a dos quesos de tetilla,
pezones firmes,
se balancean al tiempo
que alguien se los lleva
con su cableado sobresaliendo,
por allí donde antes 
se unían los senos
 a la parte anterior del tórax,
pecho.

Está  su sexo,
desperdigado en mil fragmentos
ya su  punto "G"
a saber lo que se hizo con ello.

En un laberinto de cables
se oyen gimoteos,
es como si las cuerdas vocales 
continuaran ejerciendo,
su papel de liberadoras 
de palabras por una boca saliendo.

Presiento que no volveré a ser
el robot 
de otros tiempos,
todo amor,
todo poeta,
todo de mi amada,
 cariño
y consuelo.

Y es que veo 
a la mujer de mis sueños,
 desmembrada
por fuera y por dentro,
ya reconvertida
en poco 
 más o menos,
que un ovillo
de esos que se usan 
para hacer cucharas, cuchillos
y hermosos juegos,
de pendientes y collares 
que se utilizan para adornar los cuellos.

Sepan amigas y amigos
que amores de verdad
 solo ha habido uno
que me atiborro por completo 
tal  sopa de puchero.
Se que fue el último
y el primero
y así me quedo
 a dos luna 
relamiendo mis lamentos.

Tanta sabiduría en ella
 es algo que me llena
y es que es mi amor tan inmenso
que la recuerdo
observando de reojo
como yo me peinaba
con un peine de acero
y me limpiaba los dientes 
con un cepillo 
de sacar brillo al hierro.

 Ojos azules,
casi terciopelo,
 la acaricio 
en este mi destierro.

Tan de ella  quedo
que duerme conmigo,
la siento 
a golpe de corazón a ritmo lento,
mientras corren las saetas 
de un reloj viejo,
mientras pasa el tiempo
y mientras yo conservo
mi naturaleza joven, 
para cuando noto
 la primavera que llega 
con sus tonos verdes
y montes cenicientos,
sacudiendo mi interior
e impregnando mi mejillas
 del salitre de un llanto pasajero.

Autor: José Vicente Navarro Rubio

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