Yo pecador me pierdo,
no se hacia donde tirar,
las veo venir
y solo me da tiempo
para aguantar
el palo mayor de una nave
y no diré más,
pues yo de eso de la mar
se mirar y callar,
pues para una vez
que me hice marino
en alta mar,
me vino encima
un gran temporal
de esos de cuidar.
Igual me da
donde estén o vayan a parar,
el barquito, las velas,
el timón, el ancla
y el ojo del buey
por el que solía las estrellas observar.
Menos mal que llevaba
un mastín,
de esos de ganado guardar
y con un ayuda de un San Bernardo
con su barril de coñac
y un delfín
que reclamaba su lugar
en este poema
todavía sin acabar,
me lancé a las guas y
desde entones
no para de nadar.
Gracias mi capitán
por sus aportes,
gracias
y no digo más
porque desde que nado contracorriente
me veo en alta mar,
dale que dale a los brazos
de aquí para allá.
Me perdí y no acabo de encontrar
ese lugar
desde el que poder contemplar
una puesta de sol
de esas de recordar
y eso que leo
y no dejo de recitar
poemas de mi niñez
que ahora he empezado a trenzar.
Un día por unas cosas
y otros
por las que aparecerán,
todo es en este portal
algo parecido
a un remanso de felicidad,
que de vez en cuando
se suele transformar
en algo que se adivina,
que se puede pensar,
que da para calentarse los cascos
y al final
para olvidar,
pues no hay nada mejor
que una buena ración de amistad
para llenarnos de todo
lo que puede entrar
en un saco de aquellos
que se utilizaban
para echar
el grano que se solía cosechar
en aquellas épocas
en que se tendía una mano
y te encontrabas con una amistad
que solía durar toda una eternidad.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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