No hace falta escalar una montaña
de barro inmensa
para ver la barbarie,
esta crece
en cualquiera de esas localidades
abatidas por la DANA,
en ellas no hay más presencia
en ellas,
que la amargura que dispensan
las tristes siluetas
de las moscas pasajeras.
Salpica el barro
y se hunde en él la huella,
queda la impronta del calzado
sobre el suelo que sujeta la suela
por esos lugares donde se desencadenó
una endiablada cólera,
por allí se ve el polvo,
se resaltan los pigmentos ocres
y las pinceladas ligeras
del pintor
que se entrega,
así los malos vientos
le lleguen y el agua sea
parte de ese trabajo
que tanto le llena.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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