Una vela sirve
de lazarillo en la noche,
y a ella cogida,
miramos,
ya los zapatos por el suelo,
el barro nos come,
el agua ya se sabe
ama de las casas
y dueñas de las llaves.
Entra por las rendijas,
es fina y a la vez suave,
es voz que cae
en la monotonía atrayente,
de la vereda de un río
que deja sentir,
en un atardecer de un otoño
negro, luto de flores,
el murmullo, casi voces,
que nos enfrenta
a la visión imborrable,
del agua que pasa
y nos coge,
ya está aquí
y con ella durmiendo estamos,
sabemos que se quedó
toda la noche
y para cuando
despertó el día
lo hizo
para trasmitirnos malas sensaciones,
abrir los ojos y ver,
ya sabemos
las gentes de estos lugares,
que las cañas y el barro
salen a relucir siempre
para crear tiempos de hambre.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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