Ni queriendo,
ni pudiendo,
abro la puerta
para entrar dentro.
Veo un perro
grande y negro,
con la lengua que le cae,
con la baba que indica
que tiene ganas
de que le salga al encuentro.
Por una rendija observo
al perro,
sentado, quieto,
parece de cerámica,
ahora que pienso,
este era un galgo
que tenía mi abuelo,
desde los tiempos
de María Sarmientos.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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