Los niños rotos,
las niñas rotas,
los niños de las guerras,
que poco de ellos se habla.
Ellos son el alimento de las balas,
el descuento que se hace
a los que se dedican a
comprar armas,
para matar ilusiones,
para secar los ojos,
para arrullar al alba
a las palomas de acero
que vuelan
y con sus pesadas cargas,
se encargan,
de que en poemas como este
se hable de la vileza y clase baja
de los señores de la guerra,
de quienes justifican sus matanzas
con otras matanzas.
Un edificio se hunde,
un edificio se levanta,
pero cuando la muerte pasa
y arrastra,
todo queda desierto,
en la mirada de los niños y niñas
que a sus cosas jugaban.
Queda la palada de tierra,
las ceniza escasas,
cuerpos deshechos
repartidos por la tierra
en la que jugaban
niños y niñas
que ni esperaban la guerra
ni sabían que había gentes
tan malas.
Al alba se llora
y se clama,
a la tarde se llora y clama,
a la noche se llora y clama,
los lloros son la parte más humana
de lo que pasa
en las tierras hostiles declaradas,
zonas de conflicto
al turismo cerradas.
Autor. José Vicente Navarro Rubio
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