miércoles, 15 de junio de 2011

PASEANDO POR PINAREJO

El recuerdo de hoy tiene que ver con el relato que viene a continuación. Comienza esta historieta en la Plaza de Pinarejo y finaliza en la calle de Melgarejo donde se encontraban localizadas, por la década de los años 60 del siglo XX, las escuelas del pueblo, pues éste, en su conjunto, era una parte del trayecto que yo empleaba para ir diariamente al colegio.

Sobresalía en la Plaza la casa de Emiliano Lavara con un gran patio exterior; la casa de la Nita, con bar incluido; la carnicería de Heliodoro; la casa de Federico García (casa que fue de D. Miguel Belinchón): amplia por dentro y antigua; una tienda, la de Adelaido, de tipo colonial; el Ayuntamiento, con calabozo incluido, que se prolongaba calle hacia arriba como si en ello le fueran las penas y un gran pozo, en su parte central, al que pocas veces me asomé, por miedo. De él se decía que se abrían en su fondo galerías que llevaban hacia los bajos del Ayuntamiento. También se decía que la fundación del pueblo tenía su origen en el pozo y en una casilla, la del guarda que se encargaba de cuidar las propiedades en el pueblo del Señor feudal que vivía en el Castillo de Garci-Muñoz. Por aquellos días el pueblo se llamaba “El Pinarejo” y se debía como aldea al Castillo.

De camino hacia la escuela recuerdo aquella calle Tercia, subida de tono, que nos llevaba hacia el abrevadero de los mayores, taberna de Florentino, donde se bebía, como si fuera un preciado líquido, vino, autóctono, de las variedades angort y pardilla: blanquilla o marisancho, procedente de cepas y de uvas cultivadas en nuestro término, esto hasta que la dichosa filoxera acabó con todo: ilusiones y viñedos, pero no así con los prestamos.

Había en aquella calle, conforme se subía desde la Plaza y a mano izquierda, una cueva, que casi enfrentaba con la puerta de la taberna, conocida con el nombre del tío Piñón. Rompiendo la calle y en el chaflán de la izquierda se encontraba la casa de la Joaquina y de Tomas Navarro, gran dialogante este hombre, tío de mi padre, siempre hacia tertulia; la casa del cura con pecadillos incluidos; y justo enfrente subiendo hacia las escuelas, por la calle de Melgarejo, la imponente todavía casa de D. Luis Belinchón Zorrilla, hermano de D. Miguel. La casa de este último ocupaba todo el lienzo de la fachada que iba casi desde la calle de las Cruces, pasando por la plaza, Solanilla, posada de Feliciano, hasta casi el callejón de la calle de las Eras. Cada uno de los hermanos labraba con cinco yuntas de mulas, como dice mi padre todo un capitalazo para aquellos tiempos, en los que mi abuelo hacia las veces de mayoral y de casero de las propiedades de D. Luís Belinchón. Luego vendría la guerra, la muerte del propietario y otros avatares que ya comentaremos.

Más arriba, camino de las escuelas se ubicaba otra casa grandiosa, la de Sandoval, de la que hoy en día solo quedan trazos en mi memoria y piedras antiguas, por alguien añascadas de sus estructuras originales, para ser arrojadas seguramente en algún vertedero del pueblo. En ese lugar, a mano izquierda de la calle, dábamos las primeras letras los párvulos, tutelados por Dña Pía, y más arriba de la calle, en su esquina, los mayores, tutelados por D. José. De D. José y de las diferentes promociones de alumnos que pasaron por sus manos hay fotografías que en nada se diferencian de otras fotografías de otros pueblos. Todas las fotografías parecen estar sacadas en el mismo día y en el mismo momento. Miradas penetrantes altivas y niños que parecen querer comerse el teleobjetivo de la cámara; ropajes inconfundibles: chaquetas y pantalones de pana, sueters de pura lana virgen y alguna que otra boina; y fondos de fotografía descarnados. Todos éstos son trazas entrañables que bien merecen algún día un buen comentario. Los párvulos por aquellos días no teníamos derecho a fotografía en grupo, a lo sumo alguna fotografía individual o a dúo, con libro incluido y mapa de España a la trasera. RElacionado con D. José hay una anécdota muy graciosa y es que el hombre, por descuido, una vez escribió, en un cuadernillo o libro de cuentas de la Cámara Agraria, la palabra “avena con b, es decir abena” y un gracioso que estaba junto a él en tono jocoso le soltó D. José le digo yo a usted que esa “avena” que usted a puesto en el papel si que va a germinar bien”

Que bonito sería ver en todas las fachadas de las casas del pueblo una placa que dijera aquí vivieron fulanito, menganito y/o sotanito y actualmente es su propietario fulanito de tal.

Esto que comento podría ser origen de un trabajo colectivo. Animo en este empeño al Ayuntamiento de Pinarejo, a las asociaciones de vecinos, a los alumnos del colegio, festeros, y a todos los que quieran participar a realizar este trabajo. Daría gustar pasear por el pueblo. Además seria una forma de mantener viva la memoria histórica. Sólo hace falta realizar un inventario en el que podrían ayudar las personas mayores de Pinarejo y los propietarios de las viviendas; comprar placas de un determinado tamaño y textura que irían encabezadas con el lema: Exmo. Ayuntamiento de Pinarejo; tinta para poner los nombres y horno para secar las pinturas. El nombre en los azulejos se podría imprimir mediante programa informático. Ánimo y haber si la idea progresa.


José Vte. Navarro Rubio

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