Vinistes a vivir a estas tierras
oh Venus diosa del amor y de la belleza
desnuda y cabalgando sobre una veloz centella
que te sacó de entre las olas del mar
donde dudabas entre ser
animal de sangre fría o eterna coplista
capaz de hacer inmortal a los enamorados.
¡Oh amiga de los cielos limpios!,
allí donde la meseta es cada vez más pinar viejo
y los manzanos maduran en las pequeñas huertas
junto a caudales escasos de agua
y de norias
que en su día fueron movidas por jumentos dóciles
y cotidianos en nuestra peculiar forma de vida.
Te veo surgir
en mitad de los trigos
y me percato
de que ese contornearse ágil
y mirar continuo
de los girasoles
es por tu presencia
que los inquieta
cada vez que te asomas
pare recoger la ropa
que tiende encima de los juncos
junto a las efímeras aguas
de las cuales un día salistes
tan espumosa como una botella de cava.
¡Oh si Pinarejo fuera el Peloponeso,
o quizás Paphos,
o como el girasol o el trigo
o quizás como las hijas de Temis!
que cubrían tu cuerpo, diosa Venus,
de delicados ropajes con tal de que Vulcano
no tuviera celos.
¡Oh si Romulo fuera de Pinarejo su hijo!
que Roma más pinarejera hubiera sido,
aquella bella ciudad de innumerables colinas,
madre de un imperio y de tantos hijos
que alguno de ellos se pasearon
por el camino Murciano
a la búsqueda de esa manzana de oro
con la cual París consiguió de Helena un amor
que a la postre fue tan desdichado,
como esos fragmentos de historia
que yacen en algunas estanterías
y hablan de aquellos tiempos antiguos
en que estandartes, lanzas, espadas y mazos
azotaban estas tierras,
del triángulo Manriqueño, sin piedad alguna
para con sus desconsolados habitadores
y siervos de la gleba.
He dicho.
José Vte. Navarro Rubio
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