lunes, 4 de junio de 2012

POETAS DE CUENCA: FEDERICO MUELAS

                                                            Estatua de Federico Muelas en Cuenca

En Voces de Cuenca.es. EVOCANDO A UN PORTA


Por Enrique Domínguez Millán
Se cumple en estos días el centenario del nacimiento del poeta conquense Federico Muelas. Cien años dan la perspectiva suficiente para poder enjuiciar al poeta y a su obra con la necesaria objetividad. Sobre la base de esa objetividad queremos asentar nuestra afirmación de la importancia clave que Federico Muelas ha tenido y sigue teniendo en la vida literaria de Cuenca.
En efecto, cualquiera que fije su atención en el panorama de las letras conquenses advertirá que existe, sin lugar a dudas, un antes y un después de Federico Muelas. Hasta la llegada de Federico se cultiva en Cuenca una poesía localista, provinciana, mimética, falta de originalidad, de ambición y de clase. Federico es el primer poeta conquense con proyección nacional. Su poética salta de lo local a lo universal, se incorpora a las corrientes literarias más avanzadas que circulan por el mundo y se carga de un humanismo capaz de llegar y ser entendido en cualquier parte, allí donde haya un hombre o una mujer con una adecuada sensibilidad receptiva. Ello no significa que renuncie o se vuelva de espaldas a las esencias de su tierra. Muy al contrario, se apoya en ellas, se catapulta desde ellas, las afirma y pregona tan repetidamente y con tal intensidad que se le llega a conocer, fuera de los límites provinciales, por el sobrenombre de Federico de Cuenca.
Es él quien ha marcado rumbos y abierto caminos a la poesía conquense que, tras él, ya no volverá a ser lo que era. Los poetas posteriores a Federico han aprendido su lección, han seguido su ejemplo y se mueven en ámbitos de creciente riqueza temática y estética, alejados definitivamente de localismos castrantes y de visiones de campanario. Hay, pues, un antes y un después de Federico Muelas. Nadie con conocimiento de causa y recto criterio puede negar una realidad tan evidente.
Como persona, Federico fue hombre de una humanidad desbordante. Trataba con igual afecto y consideración a todo aquel que se le acercara, cualesquiera que fuesen su edad, sexo o condición social. Estuvo siempre más cerca del pueblo sencillo que de los detentadores de la autoridad, el poder o la fuerza, a quienes fustigaba reiteradamente con un rigor crítico insobornable. Fue de una religiosidad sincera, sin beaterías ni ostentaciones; de un comportamiento ejemplar en todos los órdenes de la vida, desde el familiar al profesional; de una afabilidad que sólo perdía cuando chocaba con la hipocresía o la maldad ajena. Generoso hasta la prodigalidad, no negó a nadie su ayuda y su consejo. Hombre de palabra, lo fue también de palabras, de abundantes palabras, es decir, de oratoria brillante y de larga y amena conversación. Su habla era torrencial y colorista. Estaba dotada de una expresividad casi plástica y abarcaba todos los temas imaginables, con clara preferencia por los relacionados con Cuenca y con sus gentes. Se le escuchaba con tal embeleso que el tiempo dejaba de contar para el oyente.
Como poeta, Federico Muelas inició su andadura a la sombra lejana de Juan Ramón Jiménez y de las principales figuras del 27. Le influyeron sobre todo el populismo de Alberti y el surrealismo de Lorca y Aleixandre. Pero a él se le ha encuadrado en la llamada “generación de 1936”,junto a poetas como Luís Rosales, Leopoldo Panero, Luís Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo, Blas de Otero o Leopoldo de Luís. Su evolución hacia la madurez se fue produciendo de un modo lento y casi silencioso, ya que durante muchos años no da a la estampa sus versos en libro. Es en 1959, a punto de cumplir sus cincuenta años, cuando se decide a publicar una breve antología con el modesto título de “Apenas esto”, libro con el que obtiene el premio Larragoiti de la Sociedad Cervantina. Cinco años después, con otro libro antológico -”Rodando en tu silencio”-, merecería el Premio Nacional de Poesía, máximo galardón de la especialidad en aquella época. Otros títulos suyos son “Tesorillo de pobre”, “Cuenca en volandas”, “Los villancicos de mi catedral” y “Ángeles albriciadores”. Su obra poética completa fue recogida y recopilada por el poeta y editor Carlos de la Rica en su colección “El toro de barro”.
Federico Muelas fue también un excelente prosista. En realidad cincelaba con el mismo primor, con la misma delectación, el verso y la prosa. Era la suya una prosa compuesta con el mimo, el amor y la exigencia de un artesano. Parecía que, en vez de estar escrita con los puntos de la pluma, había sido modelada con las yemas de los dedos, como hacían y siguen haciendo nuestros alfareros. Es una prosa que tiene relieve. Uno siente la tentación de leerla acariciándola con la mano, como si fuera una escritura para ciegos, cosa nada extraña si tenemos en cuenta que el autor vivió tantas veces amenazado por la ceguera. En ella cada oración, cada frase, cada palabra, ocupa el lugar exacto que le corresponde y tiene una dimensión, un peso, una medida, calculados en virtud de no sé qué misteriosas aritméticas para ser justos, precisos, sin que nada sobre y nada falte. Es éste un milagro de su genio que, como todo milagro, rehuye cualquier intento de explicación racionalmente satisfactoria.
La prosa de Federico se extiende a todos los géneros: a la narrativa -”El niño que tenía un vidrio verde”, “Bertolín uno, dos, tres”, “Cuentos de Contrebia”-; al periodismo -”Mi alma en mi almena”, ”Moliendo y amolando”, “Sorpresa de España”; al teatro -”La reina loca”-; y al cine y la radio. En todos ellos dejó una profunda huella de originalidad y buen hacer.
No puedo terminar esta breve evocación de Federico Muelas en su centenario sin hacer un llamamiento casi angustioso, un llamamiento a conquenses y no conquenses para que lean sus libros, sus versos, sus artículos. Se ha dicho muchas veces que el mejor homenaje que puede hacerse a un escritor es leer su obra. Yo os animo, por ello, a que leáis la obra de Federico Muelas. Si lo hacéis, no sólo contribuiréis a enaltecer su memoria, sino que quedaréis vosotros mismos espiritualmente enriquecidos. Que así sea.

Soneto a Cuenca de Federico Muelas

"Alzada en bella sinrazón altiva
-pedestal de crepúsculos soñados-,
¿subes orgullos, bajas derrocados
sueños de un dios en celestial deriva?

¡Oh, tantálico esfuerzo en piedra viva!
¡Oh, aventura de cielos despeñados!
Cuenca, en volandas de celestes prados,
de peldaño en peldaño fugitiva.

Gallarda entraña de cristal que azores
en piedra guardan, mientras plisa el viento
de tu chopo el audaz escalofrío.

¡Cuenca, cristalizada en mis amores!
Hilván dorado al aire del lamento.
Cuenca cierta y soñada, en cielo y río."

 Y ahora aquí va mi aportación personal:

Como una muela de molino
de ritmo acompasado
bebiendo y rompiendo agua y cielo divino
se alzaba tu voz
por encima de los tejados y de los campos de trigo
desde la Serranía a la Mancha
y desde la riberas de los ríos 
a las agrestes peñas de los roqueros graníticos
de esas tierras que lloran
desde el nacimiento del mundo
por falta de amor, caricias, besos y suspiros.

Federico Muelas nos mira 
desde ese otro mundo
más volátil, más de ensueño
y más ambiguo
y allí en compañía de sus amigos
compone sonetos de ritmo roto
que Julio Arturo Valero Solana
tiende de un hilo
como si fueran blancas ropas
necesitadas de aire limpio.

Nos mira, presiento su aliento cuando escribo
y se me va la memoria
hacia otros momentos
y me digo
¿Que queda de aquello que cantastes 
con pico de ruiseñor amarillo?

Y me voy en sueños
por un camino
y me despierto en la cama
empapado de sudor
y al ritmo
de un despertador Chino.

No puedo lo siento
hablar de Cuenca
sin ser amigo de Federico
y de esa Muela que es su apellido
que muele cebada, aceitunas, avena y trigo

Autor: José Vte. Navarro Rubio


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