martes, 5 de junio de 2012

POETAS DE CUENCA: EDUARDO DE LA RICA



                                        El Molino de Papel. Pliegos de Poesía. Director: Eduardo de la Rica. Número 30. Textos de Concha Zardoya, Carlos Rodriguez Spiteri, Manuel Pinillos, José Batlló, Mario Angel Marrodán, entre otros.: VV.AA.

El poeta decano:
Eduardo de la Rica Luis, decano de las letras conquenses, nació en Cuenca en 1914, recibió en el III Congreso de Escritores Conquenses, celebrado el año pasado, el merecido homenaje de la Cuenca literaria y de la propia ciudad. Desde muy joven, destacó por sus inquietudes literarias y artísticas, comenzando como dibujante en diferentes periódicos de la ciudad que publicaban sus dibujos con la firma de Diderot de la Rica.
Funcionario eficiente de la Delegación de Hacienda, destacó sin embargo por sus dotes literarias que inició con críticas de cine en el periódico «Ofensiva» que dirigía Adolfo Luján con la firma de «Expectador equis», en los comienzos de 1950, etapa en la que también formó parte de la tertulia literaria del Café Colón junto a César González Ruano, Miguel Valdivielso y otros escritores y poetas.
Autor de numerosos poemas sobre Cuenca, el quehacer cotidiano y la Semana Santa, Eduardo de la Rica publicó diversos libros desde 1958 a 1997. Entre sus décimas nazarenas, entre las que destacan «Noche de viernes», «Calvario» y «Miserere».

José Luis Muñoz Ramírez:

Ha muerto el decano de los escritores conquenses, cuando caminaba ya, un poco cansado, todo hay que decirlo, hacia los cien años que no ha podido alcanzar (nació en 1914), dejando tras sí una estela creativa breve en títulos pero intensa en contenido. Desde su niñez (fue inscrito en el Registro Civil como Diderot de la Rica y así firmaba sus monos) mostró interés por el dibujo, la lectura y, sobre todo el cine, el gran invento casi en sus inicios entonces. A través de esas vías acumuló una sólida cultura que fue enriqueciendo durante toda su vida, a pesar de que una tendencia innata al retraimiento le ha alejado, sobre todo en las últimas décadas, de boatos y ceremonias. Funcionario del Estado, destinado en la delegación de Hacienda, a mediados de la década de los 50 participa en la publicación de Gárgola, una hermosa aventura literaria pronto frustrada, pero a la que sigue otra no menos atractiva: El Molino de Papel, que nace en 1955 bajo el impulso colectivo de Andrés Vaca Page, Amable Cuenca, Miguel Valdivieso y el propio Eduardo de la Rica, que a partir del número 13 queda como único responsable de la edición, a la que hizo cumplir, con un enorme esfuerzo personal, el número 50 y último.
   
Quedan también sus libros, una obra breve, absolutamente personal, libre de compromisos estéticos o grupúsculos arbitrarios, en los que se desgrana un autónomo concepto de la poesía. Lunes, 12 (1958), Dimensiones (1959), Tiempo universal (1961), Poemas (1963), Tres poemas heterogéneos (1966), Signos de lo real y surreal (1993), Tiempos y aire de Cuenca (Cuenca, 1997),  forman ese ramillete de títulos de una obra tan personal como cargada de sugerencias.
   
Personalmente me cabe la satisfacción de haber vivido junto a Eduardo de la Rica experiencias íntimas de enorme valor sentimental para mí, desde el día que fundamos el Cine-Club Chaplin, que se llama así porque él sugirió ese nombre, hasta haber sido el editor de su último libro, Tiempos y aire de Cuenca, publicado en 1997. Y también me enorgullezco de haber promovido, frente al silencio generalizado de unas instituciones por lo común vuelta de espaldas a la cultura de la autenticidad, el último homenaje que le rendimos, solidariamente, quienes asistimos hace un par de años al último Encuentro de Escritores Conquenses. Él ya no pudo venir a estar con nosotros, aunque lo intentó y deseaba, pero los demás sí fuimos a verlo y esa fue, en realidad, nuestra despedida.
  
Mi poesía a este poeta decano:

Orfeo ha hallado un ángel
que ángel digo yo
a un poeta cabizbajo
que va por esas avenidas del cielo
al encuentro de algún kiosco de prensa
en el que poder
bullirse de noticias de Cuenca
Despistado y sereno debe andar,
Eduardo de la Rica,
entre meditaciones constantes,
olvidadas dentro del tronco de algún árbol
de esos que aparecen en su poesías
y en esos encuentros celestiales
que los tiene que haber
a las orillas de algún camino,
con poetas de su misma cuerda,
quizás salga otro Molino de Papel
y ese día sonaran las trompetas
y ese día volverán las  muchachas a ser jóvenes,
como el decía,
al borde del perfume que bien sabe.

Autor: José Vte. Navarro Rubio

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