sábado, 23 de marzo de 2013
POESÍA: ENCRISPADO ESCRITO Y OTRAS TONTERIAS EN UN HOMENAJE A BUSCARINI DEL CUAL ACIERTO A RECOGER SUS SENSATAS RIMAS
Era tal su arte
y tal su ímpetu y dicha
que de si mismo se comía
el aire que expiraba
y las penas que del alma le salían.
Rufián, truhán, bohemio,
en una capital de España, Madrid, así sea dicha,
que no de provincias,
vivió Buscarini un delirio
que le llevó a creerse lo que no era,
pues el era artista
desde las uñas que le crecían
en unos pies desnudos que le servían
para de mesa en mesa, silla en silla,
vender sus libros y cuartillas
por unas monedas malditas
de cobre, latón o zinc, todo calderilla,
con las que quitarse el hambre
de adquirir más sabiduría.
En un Madrid de Bohemios
de capa, sombrero y daguilla
a la espalda, cintura
o cabeza bien o mal de ideas ceñidas
Buscarini presumía,
como niño poeta que lo fue
en su efímera vida
preñada por libros que paría
una fuente que en el ombligo le hacia,
de querer saltar desde un trampolín,
viaducto desde el cual nunca se arrojaría,
y de ser al igual que el resto de paseadores de sonrisas,
por aquellos días,
escritores de todos los tipos
y modas pasadas, presentes y futuras,
modernistas, románticos, gacetilleros y vanguarditas,
un escritor protegido por una querida
ya fuera de mármol, madera, metal papel
o lienzo con pinturas
de las cuales en Madrid surgían
detrás de cada una de sus esquinas.
Galán de poca bebida
iba de mesa, en barra, de cafetería
y porque le tocaba
como en la lotería
seguir su propia aventura
tiraba por la boca,
como si fuera una carabina,
balas de plomo fundidas
con las que mataba patitos que nadaban
en una fuente revestida
con faldas y pantalones de mala compostura.
Pedía
para comer, el decía,
y a lo bien seguro
que algunos de sus mecenas se reía
de esta ocurrencia de nuestro artista.
Para seguir escribiendo
también requería
algunas monedas con que continuar su fructifera vida de artista bohemio
y de él si no se reían muchos lo esquivaban
como si fuera un muerto en vida.
Si tuvo amigos
eran ¡que dicha!
los que de Buscarini no se reían
y si tuvo enemigos
no se el por qué lo serían.
Quizás de tanto infortunio
la tuvo y esa fue su culpa,
poca o mucha,
sus desmelenados escritos
escogidos con una criba
o esas alegres parodias con escenas gatunas
que describían con infantil ironía
al personaje que se resistía
a su tozudez cojonuda.
Tenía puesto de libros en una Gran Avenida
llamada de Alcalá, con su puerta incluida,
y Ministerios que le servían
de almacén de ropas y de bebidas
y también agencia de noticias
que el repartía
de voceras o mediante propaganda selectiva
que colocaba en un tenderete
con pinzas de madera podrida
y un despacho de escritor snob
con ventanas a la Gran Vía
a la que Buscarinil se asomaba sin peinar ni lucir pajarita,
esa fue su desdicha,
e igual nuestro personaje vestía
con traje o gabardina,
que con gabán que luciera, entre aguas benditas,
un Marques de pacotilla
un día que se fue de putas,
así era la vida de esa nobleza española decaída
y dejó su prenda favorita
olvidada detrás de una puerta
como si estuviera
en esa casa de citas escondida
y a la espera de que a alguien le sirviera
para algo mejor en la vida.
Lucio de ropero,
hizo de armario
y su bolsillo servía de hucha
y tal fue, digase así, sin mas añadiduras,
su infortunio y desdicha
que su muerte no acontecida
antes de comenzar la II República
fue anunciada
cual fumata blanca
en un Vaticano sin Papa ni guardia suiza
a bombo y platillo
en una España muy católica y genuina
con alma perezosa
que transformaba a los muertos en vida
en futuros genios con chispa.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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