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¿Querrá
decir algo más allá de la pura evidencia autodestructiva que cuatro importantes
escritoras del siglo XX se suicidaran siendo la mayoría todavía jóvenes? Virginia
Woolf, Marina Tsvietáieva, Sylvia
Plath, Anne Sexton lo hicieron y no sé si ese
hecho sugiere dificultades especiales de las mujeres que rompen moldes y de aventuran por
caminos de expresión y autoafirmación. En todo caso, Sexton buscó la muerte casi
desde sus primeros libros, con declarativa transparencia o con más alusiva carga
simbólica, (la sangre femenina en sus poemas es también la de las heridas
mortales). Leemos en el poema Deseando morir:
Es la muerte un hueso triste, lleno de golpes, se diría que año tras año me espera, sin
embargo, para curar delicadamente una vieja herida, para liberar mi aliento de su pérfida
prisión. Busco en este tiempo, la muerte, la noche hacia la que me inclino, la
noche que deseo.
En su poesía se oye una voz frágil y atrevida a un tiempo, delicada y áspera a la vez,
una voz empeñada en conquistar un territorio vedado a las mujeres, el de la expresión
descarnada de la intimidad no sólo sentimental sino también corporal, como si el cuerpo
femenino necesitara y lograra por fin, hablar de sí mismo, con su propio lenguaje,
desde su propia perplejidad y autodescubrimiento. Desde esa perspectiva, nada banal, el
cuerpo femenino es un universo lleno de secretos que se nombran con crudeza y delicadeza,
con un respeto que no es incompatible con cierta agresiva denostación de los
mayores tópicos masculinos, propietarios impostores de la feminidad extranjera
que no comprenden.
Por ese lado, su poesía, que anuncia la autodes- trucción, es también una conmovedora
biografía de quien parece esperarlo todo de la vida y recibe en sus búsquedas símbolos
ensangrentados de muerte más que respuestas generosas o esperanzadoras.
¿Por qué esto? ¿Por qué, en la misma vitalidad gozosa, entre explícita y mística,
tal como leemos en algunos poemas se incuba este instinto de muerte?
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¿Marca alguien con ese hierro a las mujeres que
dejan los caminos trillados? ¿O es un simple azar humano ese escabroso destino? En todo
caso, la aspereza descarnada de la poesía de Sexton se conjuga con una especie de
enrevesada y penetrante dulzura, que interpreto como una solicitud o súplica en un mundo
incapaz de atender a esas razones. Y ante ese silencio, o ese desdén, vivido como
un fracaso, tal vez entendamos mejor ese gesto último suyo cuando no había dicho
todavía su última palabra.
Angel Rupérez
Se puede leer a Anne Sexton en la
antología
El asesino y otros poemas, traducción de Jonio
González y Jorge Ritter. Icaria. Barcelona, 1996
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