miércoles, 3 de abril de 2013

BUSCARINI EN EL MANICOMIO DE ALCALÁ DE HENARES

Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.31 no.3 Madrid jul.-set. 2011

http://dx.doi.org/10.4321/S0211-57352011000300014 

HISTORIAS CON HISTORIA

Una visita al manicomio de Alcalá de Henares
A visit to the madhouse in Alcala de Henares


Mariano Vidal


Se tiene de los locos una idea equivocada. Recuerdo que hace tiempo, visitando una casa de orates, un señor que nos acompañaba, al ver a los loqueros aproximarse a nosotros para seguirnos en nuestra misión, exclamó perplejo y desencantado: "¿Pero no usan fusiles estos hombres?"
Indiscutiblemente es algo absurdo el concepto que tenemos de estos desdichados. Imaginamos al loco un ser enfurecido y fatal, y su estatismo desilusiona nuestra morbosa curiosidad, que, como la de aquel señor, se asoma al mundo de los enajenados en la firme creencia de encontrarse ante un dantesco panorama. No. El mundo de los locos posee cierta quietud, y ellos la resignación y la mansedumbre de los incomprendidos, que tantas veces hizo exclamar a los que se les acercaron: "¿Pero son éstos los locos?". Sin embargo, la pintura de estos personajes es curiosa. La complejidad de tipos, sus extravagancias y, en fin, la fluida casuística que existe es tema inagotable y pintoresco. En realidad ha sido desfigurado por una falsa literatura que ha desvirtuado la realidad de "ese mundo", que teatralizado pierde lo sustancial de su personalidad confusamente dibujada por quienes desde un punto de mira literario quieren desentrañar el misterio de la sinrazón.
Trazos informativos y ligeros van a ser los nuestros y como profanos espectadores nos acercamos al tinglado levantado para la representación de la farsa.

En alcalá de henares. ¿Miedo?
Gracias a la acogedora bondad del doctor Huertas llegamos a Alcalá de Henares, donde el eminente psiquiatra nos recibe cariñosamente. Le acompañan sus ayudantes clínicos doctores Górriz y Montoya.
El doctor Górriz, que conoce nuestra gran curiosidad periodística, es el primero en decirnos:
- Aquí tenemos tipos muy interesantes.
- ¿Hace mucho tiempo que se inauguró este manicomio?- inquirimos.
- Su inauguración es reciente - contesta el ilustre doctor Huertas-. El exceso de enfermos que teníamos en nuestro departamento del Hospital Provincial decidió a la Diputación a adquirir este edificio para hospitalizar a sus enfermos.
- ¿Es tan crecido el número?
- Últimamente llegamos a tener en observación en el hospital 130. El número era excesivo y, naturalmente, se imponía disponer de un local más amplio.
- ¿Cuántos hay en Alcalá?
- Ochenta y tantos.
- ¿Y es verdad que hay casos interesantes?
El doctor Huertas cruza con Górriz una mirada sospechosa, mientras Montoya, que indudablemente le ha interpretado, me indica con suma cortesía una amplia puerta que conduce a un espléndido patio. El temor, que no está reñido con la curiosidad, imprime cierto recelo a mi propósito de informador. Quiero afianzar mi seguridad personal con la compañía de D. Francisco; pero su paso ligero hace imposible darle alcance. Y mientras cruzamos el patio, todo luz y color, pienso se ha sido mi pie derecho el que primero pisó los umbrales del manicomio.

El Tinglado. Una presentación insospechada
Ya estamos en el mundo de los locos. Un jardín espléndido. Unas acacias descoloridas y un sol que acaricia tibiamente.
Nuestra llegada hace reunirse en grupo a unos hombres que amablemente saludan gorra en mano.
- ¿Son éstos? - pregunto tímida, silenciosamente, al doctor Górriz.
- Sí. Aquí los tiene usted.
Y Górriz, que indiscutiblemente regocijase con mi temor, vuelve a dibujar una sonrisa de psiquiatra que me intranquiliza.
El doctor Huertas, que parece tener grandes simpatías entre sus enfermos, va de un lado para otro, extendiendo su mano, contestando a los muchos saludos que le hacen.
- Oye - oigo decir a D. Francisco a un muchachote alto y musculoso-, la carta que me diste la otra tarde ya se la entregué a tu padre.
- Muchísimas gracias - responde el aludido, y añade-, ¡Si me diera usted un cigarrillo, don Francisco!
- ¿Por qué no?
Y uniendo la acción a la palabra el doctor Huertas complace el deseo del enfermo.
- Este chico es un tipo muy gracioso - me dice Huertas-. Es un esquizofrénico. Tuvo un período agitante e intentó tirarse por un balcón a la calle. Cuando pasó el ataque, el padre, bajo los efectos del disgusto, amonestó al chico y le afeó su intento de suicidio. Y el muchacho desde aquel día no ha dejado de escribirle pidiéndole perdón.
Interrumpe la conversación un individuo que se presenta a mí espontáneamente.
- ¿No me conoce usted?- me dice.
- No tengo el gusto.
Hago memoria y desde luego afirmo mi negativa.
- No, no sé quién es usted.
- ¡Hombre! Es chocante. Todos los periodistas me conocen. He dado a ganar mucho dinero a los periódicos.
- Quizá; pero como ve uno tantas caras...-agrego yo.
- No importa. ¿Dónde están mis fotografías? ¿Dónde mi popularidad? Nada, nada, estoy plenamente convencido. Los periodistas son ustedes muy olvidadizos.
Y el desconocido me mira con cierta displicencia.
- Vamos a ver: ¿Usted no ha leído la Historia de España?
- Sí, señor.
- ¿Usted no recuerda las hazañas de los grandes guerreros?
- Algunas sí.
- ¡Entonces! Míreme bien.
Yo, cada vez más desorientado, miro y remiro la fisonomía de mi interlocutor.
- Pues no. No me parece recordarle - insinúo.
Una gran carcajada sale de mi desconocido y me dice en voz muy alta:
- Yo soy el general Prim; escuche, el general Prim.


Y, la cabeza altiva y con paso lento y marcial, Prim nos deja asombrados y con la mano en actitud de estrecharle la suya templada y fuerte.

Un flamenco fatal
Hemos querido hacer unas fotografías para ilustrar esta información y nos hemos encontrado con que impera entre los recluídos en el manicomio un deseo exhibicionista verdaderamente asombroso. Todos, a una simple indicación del doctor Górriz, han corrido para formar un grupo que ellos mismos se cuidan de ordenar.
Viene hacia nosotros un viejo simpático y dicharachero.


y de las bodegas que hay en Jerez. Y de negocillos sin importancia; por ejemplo, los tranvías de toda España y los barcos mercantes de Inglaterra.
- Además, no sabe usted otra cosa - agrega D. Francisco-. Por la noche recibe visitas de sus amigas.
- ¡Ah!, eso es seguro. Hoy vienen a cenar conmigo Pastora Imperio y la Niña de los Peines.
El viejo ha cogido una tabla que simula una guitarra y estirando su talle canturrea un fandanguillo.
- Este individuo - aclara el doctor Górriz - tiene una historia funesta. Tipo de flamenco, en una noche de juerga, por una cuestión baladí, mató a un hombre.
- A mí me tienen ustedes que sacar tocando la guitarra. Eso es mu castizo.
- ¿Para qué quieres que te retraten a ti? - le pregunta Huertas.
- Señor, pues pa que me vean mis admiradoras.
- ¿Usted no sabe que se lo rifan las mujeres? -me apunta Huertas con cierta intención.
- Eso sin dudarlo. Soy algo serio. Y como gracias a Dios tengo "pa" tirar todo el dinero que me haga falta...
- ¿Es usted rico? - tercio yo.
- Don Francisco lo sabe, que es mi apoderado general. Soy el dueño de todos los bares de Madrid

Casiano. Un filosofo y un poeta
Dentro de las formas demenciales existe el tipo del oligofrénico, conocido vulgarmente por el tonto. El tonto, que tan variados matices presenta, es tipo muy digno de atención.
Aquí nos hemos encontrado con Casiano, que aparece en dos de nuestras fotografías.
Pocas palabras podemos cruzar con él. Se asombra ante nuestras preguntas y cuando contesta lo hace tan incoherentemente que a duras penas hemos podido dialogar.
- Casiano, ¿quieres decirnos cuántos años tienes?


Con su semblante de perplejidad responde:
- Dos, dos.
- ¿Dos años tienes?
- Sí, señol.
- ¿De dónde eres?
- De Escolial.
- ¿Y allí qué hacías?
- Cantal misa.
Y comienza a reír, asombrado.
- Dos, dos - sigue diciéndonos.
- Bueno, hombre. ¿Y estáis a gusto aquí?
- Dos, dos.
El doctor Montoya me pone en antecedentes. Vivía en El Escorial y allí se pasaba las horas metido en la iglesia gritando desaforadamente. Además, ciertas costumbres de Casiano, por cierto nada honestas, motivaron su reclusión en Alcalá.
Tercia en nuestra conversación un muchacho.
- ¿Ha visto usted qué tonto? - comienza diciéndonos.
- Sí.
- Entre tontos y locos esto está imposible.
- ¿Usted lleva muchos días aquí?
- Sí; ocho, creo.
Habla con cierto aire doctoral, midiendo la frase, mirando insistentemente.
- ¿Y por qué le ingresaron a usted?
- No. Yo vine por gusto. Estoy estudiando la filosofía de los locos. Un tema interesante.
- Hombre, sí.
- Es una filosofía en verso. Creo que es algo interesante. ¿Verdad?
- Interesantísimo. ¿Y piensa usted salir pronto?
- Cuando haya hecho el estudio de esta pobre gente. ¡Me dan lástima los locos!
- ¿Usted cree que están locos?
- Rematados. Anote usted que aquí hay un señor que se figura que es millonario y a cada instante me está pidiendo cigarros. Otro que se cree un rey y es hijo de un cochero. ¡Vamos, es terrible!
- Pues me alegraré que se marche usted pronto de aquí y termine usted con felicidad su trabajo.
- Gracias, gracias. Pienso acabarlo en breve.
- Y que tenga usted mucho éxito con su obra.
- ¡Ah!, eso sí. ¿A que no se imagine usted quién me ha escrito felicitándome por anticipado?
- No sé.
- ¡Cervantes!
Pregunto a Montoya en qué año vivimos, porque, la verdad, con estas revelaciones, estoy en una confusión de ideas y de fechas que es como para volverse loco...

Dos tipos pintorescos. Colon y Buscarini
Nuestra atención se fija en un sujeto extraño y pintoresco que parece alejarse de nosotros. Con paso lento recorre el jardín, indiferente a cuanto le rodea. Yo, decidido, voy hacia él. Leve sonrisa dibuja su semblante y con exagerada cortesía me hace un saludo.


  1. - ¿Vos queríais algo de mí? - pregunta.
    - Si fueseis tan amable...- insinúo desconcertado.
    - Un Primero de Colón jamás negó su benevolencia a nadie. Hablad sin miedo, que soy caballero y nobles mis palabras para todos.
    - Gracias. Me interesaría saber algo de vuestra vida.
    - Aventuras, señor. Lances de amor y de muerte. Mi espada sabe rendir a los rufianes.
    - ¿Su profesión?
    - Inventor. Y pienso, como mi antecesor, descubrir un Nuevo Mundo.
    - ¿Afortunado en amores?
    - ¡Bah! - sonríe maliciosamente-. Damas de rango insinúan su deseo; pero yo soy fiel a mi amada.
    - ¿Su amor verdad?
    - El único.
    - ¿Y quién es la preferida?
    - La hija del presidente de la República Argentina.
  2. A mi espalda una voz meliflua hace que vuelva la cabeza.
  3. - No le haga usted caso.
  4. Quien habla es Buscarini, el errante poeta.
  5. - ¿Tú aquí? - exclamo sin salir de mi asombro.
    - ¡Una injusticia, una verdadera injusticia, señor!
  6. Colón, que permanece silencioso, da media vuelta y marcha sin decirnos nada.
  7. - ¿Y aquí qué haces, Buscarini?
    - Ya lo ve usted: holgar. Es lástima que yo esté encerrado. ¡Se ha perdido un artista!
  8. Y asoman a sus ojos unas lágrimas.
  9. - ¿Y te encuentras bien?
    - Regular. Me han inoculado algo extraordinario en el cerebro.
  10. Yo sonrío.
  11. - No, no ría usted. Siento un peso terrible. ¡Y es lástima que se pierda el artista!
    - ¿Piensa escribir alguna cosa?
    - No puedo. En mí sólo queda el hombre vulgar. El otro, el artista, se ha perdido para siempre. ¡Es una injusticia!
  12. Don Francisco se acerca a nosotros. Preguntamos:
  13. - ¿Está loco Buscarini?
    - Tremendamente loco; pero loco perdido.

  14. En este manicomio se nota la ausencia de las celdas
  15. - ¿Dan ustedes muchas altas? - pregunto a D. Francisco.
    - Según. Cuando los enfermos están en condiciones de ser entregados a sus familiares no hay ningún inconveniente.
    - ¿Curados?
    - Algunos casos son francos. Otros apaciguan su sintomatología, nada más.
    - ¿Qué clases de enfermos demenciales dan menos posibilidad de curación?
    - Todas las formas demenciales son de un pronóstico poco lisonjero. Sin embargo, en la parálisis general progresiva, gracias al nuevo tratamiento de la malarioterapia, se consiguen resultados muy favorables.
    - ¿Lo emplean ustedes aquí?
    - Naturalmente.
    - Lo que he observado es que en este manicomio no existen celdas...
    - Y no hacen falta en ninguno. Es ociosa su existencia, pues la moderna terapéutica dispone de sustitutivos.


- ¿Qué son?
- El baño caliente y ciertos preparados farmacológicos que hacen que en el enfermo cesen los períodos de agitación.

Los enfermos tambien dedican su tiempo a ciertos trabajos
- ¿Qué género de vida hacen estos enfermos?
- Ya lo ha visto usted. Una vida higiénica y moderada.
- ¿Son aptos para emplearse en algunos trabajos?
- Sí. Aquí, a medida que estabilizan su mejoría, se les dedica a ocupaciones que les orienten en su normalidad. Por ejemplo, tenemos un pequeño taller de carpintería donde realizan trabajos curiosísimos. Otros se emplean en labores de jardinería y muchos hay que ayudan a las hermanas en las labores hospitalarias. Claro que hay individuos los cuales no pueden ocuparse en su oficio. Tenemos un maestro barbero que comprenderá usted sería algo trágico el encomendarle un afeitado.
- Yo no me dejaría.
- Ni yo tampoco - exclama el doctor Huertas subrayando las palabras con un gesto de decisión inquebrantable.

Los medicos que trabajan en el manicomio
El doctor Huertas lleva la dirección del establecimiento, secundado por los doctores D. Mariano Górriz y D. Eugenio Montoya, que figuran como médicos agregados al manicomio. Como residente, D. Francisco Marcos, médico titular de Alcalá de Henares. Completa el cuadro facultativo un practicante e internos.
Hermanas de la Caridad atienden al régimen de los enfermos, ayudadas por enfermeros que debidamente cumplen con su deber.
Tanto el cuadro facultativo como el subalterno merecen nuestro pláceme y un sincero elogio por el interés que ponen al servicio de sus enfermos.


Final
Se tiene de los locos una idea equivocada. Y si es verdad que su mundo impone y atemoriza, también nos proporciona un poco de ensueño que en el de los cuerdos cesa por bastardas ambiciones. Lo que hace falta es un poco de piedad para esos desdichados y procurarles que deslicen sus extravagancias no en un ambiente carcelario, sino en otro risueño y dulcificado por la bondad de los que nos creemos firmes en la razón.


Reimpreso de: Mariano Vidal. Una visita al manicomio de Alcalá de Henares. Heraldo de Madrid. 24 de octubre de 1929, p. 8-9.

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