lunes, 1 de abril de 2013

POESÍA: LA BOHEMIA: Y LAS HETAIRAS PULULANTES



 

 
MADRID ILUSTRADO, AÑO II, Nº7,
MAYO 1935

Aguafuerte en los barrios bajos

JUAN G. DE: LUACES

 S á b ádo . Barrios Bajos. Dos de la madrugada.
Hetairas pululantes bajo la lluvia lenta.

Una calle que es una sierpe desenroscada.
Faroles que dan su luz de color de absenta.

Huele el ambiente a sala de lupanar y a vino.
En la mesa de un bar bebe un artista moka.
Canturrea una boca tísica un desatino.
Tumbada en un portal, hipa una vieja loca.

Hablan del soviet dos guardias en la taberna.
Escandaliza un chulo. Para mostrar la pierna
se alza una golfa el sayo y enseña la camisa.

Un muchacho quinceno busca en la calle el rumbo
de algún burdel barato... Un borracho da un tumbo
y dibuja en las losas una torre de Pisa.

NOTAS LITERARIAS

De «Diario Español», el gran periódico que en tierras de otro continente, hace tan fecunda labor española, reproducimos, el articulo que dedica a «Estampas», la última obra poética de nuestro Director: 
Los elogios que he leído del libro novísimo—en la cronología y en la métrica—de Juan G. de Luaces, me parecen muy vacuos y sin valor. Todos se reducen al elogio desmesurado de los méritos de la obra y de la belleza de las composiciones, lo que será muy amable, pero muy poco critico.
 
Poesías bellas se han escrito infinitas antes de Juan G. de Luaces, y es probable que se sigan escribiendo después. Por lo tanto, para mí el libro «Estampas» seria un libro de versos más por bello que fuera, si no encerrara una profundidad reformadora.  A mi estilo, Juan G. de Luaces es, en efecto, un poeta grande, más no por el hecho de escribir versos floridos, sortilegiados de luz, que eso bastaría a acreditarle de talentoso, pero no de genial.
 
Yo le estimo el nuevo gran poeta dé la lengua de España. La gran resurrección del estro castellano se
inició en Salvador Rueda, y culminó en Darío. Separado como un astro soberbio, eran por otro lado Díaz Mirón y Rueda, los secundarios desesplegábanse en líricas guerrillas, emocionándonos con sus
acentos cadentes, bebidos en Rubén, y otros a más. en los clásicos. «El poetas, ya está aquí Ya está con la genialidad del reformador. Ya le vemos sobrevenir, ungido de madureces plenitoras. Es nuevo, brioso como un bronce, y malo como una fusta. Yo adivino en él a un futuro adorador del sarcasmo lírico.
 
Primero, ha renovado el consonante. Los de Rubén, averiados por los secutores, se habían vulgarizado
como el vestido de una pubela al final de una temporada. Ninguno los renovó. Luaces ¿los renueva? No, los crea. O los re—crea, 

¿Ultraísmo? No lo veo. Hay expresiones nuevas que no son ultras. Versos no medidos a intento. Pero, ¿son mal medidos? No. Son poemas en los que al ritmo se encuentra como lo buscaban quizá los hexámetreros de la Europa antigua. La medida no responde, ni a la rima, ni a la silabación, sino al «ritmo poético» a lo que separa la prosa de la poesía que es sonoridad y música. Ritmo.. 

En el verso, es Luaces, pues, un poeta revolucionario. Toma los temas y las formas clásicas, como los caudillos de turbas toman, vencedores los reglamentos de las instituciones vencidas, y los da vueltas, los lija, los exprime, los remoza. Surge entonces el verso esplendido en forma y fondo, emparentado con el clasicismo como un niño con sus abuelos, y . . . '.tan distinto!
 
¿Rubén? Nada. De Rubén, Luaces no ha tomado sino lo que significó un «regreso progresivo a las formas santíllanesca o de Dom Tob
 
El poeta ya esta aquí, «El poeta» Y ahora ¿para que quiero entrar en elogio de sus poesías?
 
Ramón Abril

               Estampas
Libro de poemas de Juan G. de Luaces.
Enviando su importe de DOS
pesetas en sellos de correos alapartado 12115, Madrid, se sirve de regalo «Saetas de Oro», otra notable
obra de Juan G. de Luaces.


 

Isabel Martín, autora de 'La curandera de Atenas', repasa la vida de estas mujeres refinadas y cultas

"Las hetairas eran quizás las mujeres más libres de la Grecia clásica". Quien así habla es Isabel Martín, autora de 'La curandera de Atenas', novela que acaba de aparecer en bolsillo a cargo del sello Booket. En su libro, Martín recrea la historia de una mujer que, por diversos avatares, llega a ser curandera y hetaira. Su libro es una buena ocasión para hablar de la mujer y el sexo en la Grecia del Pericles.
Les debemos a los griegos las matemáticas, la astronomía, el pensamiento filosófico, el teatro, la democracia y un largo etcétera de logros sociales y científicos. Pero también les debemos la cultura del hedonismo, del disfrute de la vida, del gusto por la fiesta, la juerga y el sexo, un legado que Occidente ha conseguido mantener a pesar de los múltiples y reiterados intentos del poder civil y religioso por reprimirlo. "En el fondo, todos seguimos siendo griegos, todos compartimos unos valores que nacieron hace más de dos mil quinientos años en una pequeña ciudad de apenas trescientos mil habitantes. Atenas desarrolló una sociedad sorprendente que brilló como una supernova para consumirse después dejando un legado que ha perdurado a lo largo de los siglos", explica Martín.
En esa ciudad, en la que solo cuarenta y cinco mil de sus habitantes eran considerados ciudadanos, la clase alta vivía por y para el disfrute, tanto intelectual como físico. Pero, para ver la situación en su conjunto, hay que tener en cuenta que Grecia era, y eso es también un legado que se ha perpetuado hasta nuestros días, una sociedad profundamente misógina. "No hay más que leer a Platón, para quien las mujeres son una degeneración física del ser humano, o a Aristóteles, que habla de las mujeres como "varones estériles" incapaces de preparar su fluido menstrual con el refinamiento suficiente para que se convierta en semen (en semilla)", apunta la autora.
En Atenas las mujeres acomodadas no podían tener propiedades, ellas mismas eran propiedad de su marido, vivían recluidas en los gineceos y no se relacionaban socialmente con su esposo, demasiado ocupado con sus múltiples actividades sociales, políticas e intelectuales y lúdicas.
Excepciones
Esta realidad, sin embargo, tenía asombrosas excepciones. Es el caso de las sacerdotisas, mujeres con un poder indiscutible, dada la gran importancia de la religión en la vida griega. Las curanderas y las hetairas eran, quizá, las únicas mujeres que gozaban de cierta libertad y estatus, al ser elementos fundamentales para esa vida de fiestas y jarana a la que tan aficionados eran los griegos. "Tenemos las hetairas para el placer; las concubinas para el uso diario y las esposas de nuestra misma clase para criar a los hijos y cuidar la casa", decía Demóstenes con gran pragmatismo.
"Las hetairas acompañaban a sus clientes a los lugares públicos y estos competían por conseguir a la hetaira más bella y famosa, pues su posesión era un signo de estatus indiscutible", señala la autora. Solían estar unidas a un solo amante durante meses e incluso años y los hombres les dedicaban atenciones que nunca hubieran soñado con brindar a sus esposas.
Pero no era solo sexo lo que las hetairas ofrecían a sus clientes. Eran cultas, algo poco habitual entre las mujeres griegas, educadas únicamente para atender las labores domésticas; eran indiscutibles árbitros de la moda; eran refinadas, sabían tocar instrumentos, hablar de política y filosofía, y, por supuesto, preparar las mejores fiestas en las que se bebía y se comía hasta la extenuación, se discutía de lo divino y lo humano, se cantaba, se escuchaba música y se dejaba vía libre a los instintos más primarios.
Es difícil para una persona del siglo XXI entender lo que podía significar en la sociedad griega el personaje de la hetaira, cuyo nombre, femenino de hetairos, "compañero", ya muestra su condición especial. Algunas de las hetairas más famosas llegaron a alcanzar una posición social muy elevada, sobre todo en ciudades prósperas como Corinto o Atenas, tanto que el nombre de alguna de estas mujeres ha llegado hasta nuestros días por su talento, su belleza o su codicia. Es el caso, por ejemplo de Hoia, a quien sus clientes apodaban 'Heléboro' porque esta planta se creía remedio contra la locura, o Rodopis, esclava que, tras comprar su libertad, llegó a ser rica y famosa. O la pobre Lais de Hicara, que fue linchada por un grupo de esposas en el santuario de Afrodita.
Aspasia de Mileto
Aunque quizá el ejemplo perfecto de la fama e influencia que podían alcanzar estas mujeres se encuentra en Aspasia de Mileto, la amante de Pericles, autocrator de Atenas en su época de mayor esplendor. Aspasia y Pericles mantuvieron una estrecha relación durante años; Pericles se divorció de su mujer, aunque no pudo casarse con Aspasia por una ley dictada por él mismo; tuvieron hijos y vivieron juntos hasta la muerte del estadista.
"Aspasia era una mujer sorprendente. Era de familia acomodada, pero huyó de su Mileto natal hacia Atenas por negarse a vivir la vida de ama de casa que su condición le auguraba", dice Isabel Martín. "Aspasia era una mujer muy culta, tanto que hasta el propio Sócrates alababa su inteligencia". Su belleza era legendaria y su hospitalidad: a sus salones acudían los más insignes filósofos y artistas del momento, lo que no era poco, y dirigió una escuela para niñas en la que no solo se enseñaba música o costura.
Como toda personalidad fuera de lo común, Aspasia fue víctima de la envidia y la maledicencia de sus conciudadanos. Fue acusada de impiedad ('asebeia'), algo muy común y peligroso en la época, por atreverse a hablar de los dioses en términos poco piadosos, y el propio Pericles tuvo que llorar ante la asamblea de ciudadanos implorando por su vida, lo que refleja el grado de democracia participativa que se llegó a alcanzar en la Atenas clásica, aunque esta democracia fuera ejercida solamente por cuarenta y cinco mil ciudadanos. 
 

Mundanal y decaído
silencio traído
desde las catacumbas
y mesones antiguos
con buenos vinos
en un Madrid tomado
como si fuera un hijo divino
para ser consumidos
en un sacrificio diario
entre sonidos de bombas, aviones y carcasas de obuses,
y versos de poetas
que nunca más volverán a encontrar su ritmo.
 
Autor: José Vte. Navarro Rubio

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