sábado, 18 de mayo de 2013

CURIOSIDADES SOBRE ESE SEXTETO DE LA ONCE QUE TANTAS GLORIAS DIO Y TAN OLVIDADO DESCANSA

 

Madrid, 19/10/1964.- Actuación de un sexteto de músicos ciegos en el Centro Asturiano

La historia de Julian Zambudio Torralba es apasionante. Lo descubrí un día, del año 2013,  a él y a su hermana en aquel Madrid de los años 1920. Yo iba buscando a Buscarini que vivía en la misma calle y número de finca y me encontré con dos personajes que han dado mucho que hablar en la historia de la música. Son Julian Zambudio y su hermana Lucrecia, artísticamente conocida como Lucrecia Torralba. De los dos hermanos trato en mi blog todo lo referente a su vida y actuaciones. Eran hijos de Antonio y de Lucrecia. Julian perteneció hasta su muerte al sexteto de la ONCE y la verdad es que la crítica no les ha hecho justicia. Se merecen ambos hermano y hermana el reconocimiento por su labor, entrega y sobretodo por poseer ese don innato que solo los genios arrastran en aquellos asuntos a los que se dedican.  

Vicente Zambudio, excelente guitarrista y compositor, hijo de Julían Zambudio:

 El autor nació en un ambiente musical, su casa era una escuela de música, hijo de un gran concertista de violín, Julián Zambudio y de un gran profesor, su hermano Julio Zambudio. Empezó a tocar la guitarra a los cinco años. Actuó en televisión, radio, grabaciones, hoteles, discotecas y pueblos con orquestas y con grupos. Acompañó a artistas como Antonio Machín, Juan Tierra. Perteneció a la orquesta de atracciones de la Cadena Real Club de Madrid

Cuando el autor tenía ocho o diez años le impactó un tema llamado el Aria de Bach en un concierto que dio el sexteto de la ONCE en la calle Prim de Madrid. Él preguntó a su padre cómo se llamaba ese tema y Joaquín Rodrigo respondió que se trataba del Aria de Bach, que representaba el viento, y que era el mejor compositor que había existido.

LA MÚSICA EN LA ONCE A TRAVÉS DE SUS MÁS DE SETENTA AÑOS DE EXISTENCIA(I)

Autor: Juan Aller Pérez.
Juan Aller es titulado superior en Música. Fue miembro del sexteto de la Once y profesor del centro de recursos educativos Antonio Vicente Mosquete de la ONCE en Madrid.
En la etapa anterior a nuestra guerra civil, la única profesión accesible para los ciegos era la música. Por esta razón, en todos los Centros en los que se ofrecía alguna enseñanza a los ciegos, la música formaba parte esencial de sus programas. En consecuencia, cuando se funda la ONCE la mayoría de los ciegos que habían recibido educación, tienen conocimientos musicales, de mayor o menor nivel. 
Esto propicia la creación de grupos musicales en las ciudades más importantes, fundamentalmente coros y agrupaciones de instrumentos de pulso y púa, que en aquel momento estaban muy en boga.
En Madrid surgen dos agrupaciones muy importantes. El sexteto (compuesto por dos violines, viola, violoncello, contrabajo y piano) que siguió existiendo hasta 1984, así como una orquesta de pulso y púa, que no tenía nada que envidiar a las dos o tres mejores del país.
Los trabajos más frecuentes realizados por los ciegos antes de la guerra, consistían en el servicio musical de las iglesias, así como actuaciones en bailes y locales de alterne. Salvo un muy reducido número que se dedicaba a la enseñanza, éstas eran las dos profesiones más frecuentes de los músicos ciegos.
En Barcelona, la ?caja de ahorros y de pensiones para la vejez?, tenía una imprenta Braille que producía bastante música. Además editaba la revista hispanoamericana que tenía dos suplementos musicales: uno de música religiosa y otro de música profana. Estos suplementos estaban destinados a satisfacer las necesidades de los profesionales ciegos, en las dos vertientes apuntadas más arriba. Esta imprenta siguió funcionando durante muchos años, hasta bien avanzados los 50 o quizá incluso los 60. No dispongo del dato de la fecha de su desaparición.
Por otra parte, el colegio nacional de ciegos de Madrid, contaba en su claustro de profesores con algunos músicos de gran prestigio. Los más importantes de esta época fueron D. José María Franco (compositor, director de orquesta, y en un momento subdirector del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid y director en funciones durante algunos años) Y D. Luis Antón, catedrático de violín del mismo conservatorio y concertino ?hasta su jubilación- de la Orquesta Nacional de España. D. José María Franco se ocupaba de las enseñanzas del piano, armonía y composición; y D. Luis Antón de la enseñanza del violín.
Al pasar el colegio nacional de ciegos a depender de la ONCE, estos profesores continuaron impartiendo sus enseñanzas hasta los años 70, y con ellos nos formamos todos los músicos que pasamos por este colegio durante esta etapa.
Existían en España dos compositores ciegos de relevancia que venían realizando su labor con anterioridad a la guerra civil, y que siguieron trabajando durante muchos años. Uno de ellos es el universalmente conocido Joaquín Rodrigo, compositor mimado por el régimen de Franco, que ocupó en la ONCE el cargo de jefe de la entonces denominada sección de arte y propaganda.
El otro importante compositor es Rafael Rodríguez Albert, que, debido a su militancia en grupos de izquierda durante la república, tuvo graves dificultades desde el final de la guerra. En 1939 fue cesado en su trabajo, quedando en la indigencia hasta que la ONCE le ofreció en 1940 la secretaría de la delegación provincial de Granada. Tuvo grandes dificultades para dar a conocer su obra, siendo una de las más importantes la de encontrar un copista de suficiente calidad que transcribiese su música a tinta. 
Se trata de un trabajo delicado que requiere buena formación musical del copista, que la exigua economía del compositor no siempre podía pagar. Hay que tener en cuenta, que, hasta el gran desarrollo de la informática de los últimos años, las partituras musicales sólo eran impresas o manuscritas, dado que no existía ninguna máquina para escribir la música.
Desde aproximadamente 1850, existieron en España dos tendencias en la escritura musical. Mientras en Cataluña se utilizaba la musicografía Braille ?como en el resto del mundo-, en Madrid surgió el sistema Abreu (que consta de ocho puntos), que siguió vigente hasta 1960. Este sistema ofrece importantes ventajas para la lectura musical, que resultan especialmente útiles en las primeras etapas de la enseñanza, pero tiene el grave inconveniente de no haber obtenido el reconocimiento internacional, lo que impide el intercambio de partituras entre los músicos ciegos. Por otra parte, no existían máquinas para producir partituras impresas en ocho puntos, por lo que, a excepción de algunas obras impresas en el colegio de Madrid, la producción era manuscrita.
Es una pena que el sistema Abreu no consiguiese el reconocimiento internacional, porque las ventajas que reporta en las primeras etapas de la enseñanza son incuestionables. Los ocho puntos permiten 256 combinaciones distintas, frente a las 64 que se consiguen con seis puntos. Si tenemos en cuenta que la actual musicografía Braille tiene más de 270 signos diferentes, de los que algunos son polivalentes, comprenderemos fácilmente las ventajas que ofrece un sistema de ocho puntos.
Al crearse los colegios de la ONCE, en todos ellos se establecieron enseñanzas musicales de nivel elemental, que fueron la cantera de la que surgimos la mayoría de los músicos ciegos que nos incorporamos a la profesión a partir de los últimos años 50 y hasta bien entrada la etapa democrática en el país. Entre estos profesores, merece especial mención la labor desarrollada por D. Juan Vicente Molina, que impartió enseñanzas de cantos escolares, solfeo y piano en el colegio de Pontevedra, desde 1948 hasta 1958 en que se trasladó al colegio de Madrid. Su labor no se limitó a las enseñanzas que impartía, sino que fue el gran animador de los estudios musicales en el colegio, hasta el punto de que los tres violinistas que posteriormente ocupamos las plazas de profesores del instrumento en los colegios de Madrid, Sevilla y Pontevedra, fuimos animados por él para iniciar los estudios del violín.
La incorporación de los profesores de música en los colegios contribuyó, no sólo a la capacitación de un pequeño número de músicos profesionales, sino también a la formación musical de todo el alumnado, que se refleja en el importante número de ciegos de aquellas generaciones que siguen disfrutando de la música como simples aficionados, pero con una constancia poco común en nuestro país.

En 1968, cuando el sexteto se desplazaba a la Coruña para dar un concierto en los actos de inauguración de la nueva sede de la delegación provincial, se produjo un gravísimo accidente ferroviario en el que fallecieron cuatro de sus componentes, así como cuatro de sus acompañantes. D. Ignacio Satrústegui, a la sazón jefe de la ONCE, puso gran empeño en que la agrupación no desapareciera, consiguiendo reconstituirla en septiembre de 1969. Si bien se produjeron algunos relevos entre sus componentes, el sexteto permaneció hasta julio de 1984, fecha en la que desapareció definitivamente.
Desde las primeras elecciones democráticas en la ONCE hasta principio de los años noventa, la política musical de la Entidad se centró fundamentalmente en el apoyo a los estudiantes con capacidad para el ejercicio de la profesión, y en el apoyo a los profesionales más cualificados en aquellas facetas más accesibles a los ciegos.
http://www.todocoleccion.net/:
 programa musical - concierto sexteto de la once - i campaña asistencia - tarragona - tgn - año 1967 (Papel - Varios) 
Referencia:
 http://www.blogger.com/blogger.g?blogID=5921643378489066446#editor/target=post;postID=1058141623755594089

«Los cadáveres aparecen quemados, casi inidentificables», relató La Voz

«La noticia de la catástrofe llegó a La Coruña a media tarde. Desde los primeros momentos fueron incesantes las llamadas y las visitas a los periódicos y a las emisoras de radio, en las que se inquirían detalles sobre el accidente». Este era uno de los párrafos sobre el siniestro que el sábado 16 de marzo de 1968 publicaba en su portada La Voz. El TER se dirigía de Madrid a A Coruña y Vigo, a unos 100 kilómetros por hora, pero en su trayecto chocó contra una vagoneta-tractor de Renfe que iba en dirección contraria. El accidente ocurrió a las 13.45 horas en el kilómetro 70,300, entre las localidades de Robledo de Chavela y Santa María de la Alameda, a unos 70 kilómetros de Madrid.

La principal hipótesis fue que la vagoneta se había quedado sin frenos: debía haberse parado en la estación de Santa María de la Alameda, pero no lo hizo. Tras el impacto, el primer vagón del TER ardió totalmente y el segundo parcialmente. El tren estaba compuesto de cuatro: los dos últimos resultaron menos dañados. En total, murieron 28 personas. La cifra de heridos osciló entre los 80 iniciales y los 22 que, el 17 de marzo, publicaba La Voz. Viajaban en el convoy siniestrado unas 151 personas; 77 continuaron su viaje a Galicia en un tren especial. Entre los ocupantes del convoy estaba el sexteto de la ONCE: tenían previsto ofrecer un concierto en A Coruña.

«La catástrofe ferroviaria, una de las mayores ocurridas en España en los últimos años, ha conmovido por lo espectacular y lo trágica», se leía en la Voz de Galicia aquel 16 de marzo del 68. Otras líneas eran también de gran dureza: «Los cadáveres aparecen quemados, casi inidentificables. Algunos cuerpos están destrozados y también se ven miembros sueltos».


«No es lo mismo cerrar los ojos que no ver. La gente nos compadece tanto porque cree que nos sentimos igual que cuando uno que ve se tapa los ojos, y no es así. Hay un desconocimiento de lo que es la ceguera y el ciego. Algunos videntes quieren convencernos, por ejemplo, de que los ciegos vemos todo negro, y no es cierto. Simplemente no existe la sensación de ver. Para un ciego total, a efectos de visión, son igual los ojos que la nuca. Con la nuca tú no ves oscuro, ¿verdad? Pues nosotros, con los ojos, tampoco». Los componentes del sexteto de la ONCE me hacen ver de esta manera tan sencilla lo fuera de lugar que está la compasión para con unas personas que, en realidad, se sienten tan poco desvalidas, tan normales.Son los propios ciegos los más interesados en deshacer esa red melodramática tejida en torno al ciego; en desmentir toda esa ideología de serial radiofónico basada en la conmiseración. «Me revienta lo de "pobrecito ciego" tanto como que me digan invidente. La palabra es ciego, sin eufemismos». Esto lo dice José Román Vicedo, funcionario de la ONCE y abogado en ejercicio desde 1960. «Yo soy, seguramente, el primer abogado ciego de España». Vicedo reconoce las dificultades que le acarrea la ceguera para ejercer su profesión, y está orgulloso de haberlas superado: «Yo tengo que ser un profesional que convenza a la persona que se sienta delante de mí de que voy a solucionar su caso, porque si fallo puede decir: "Harto hace el pobre siendo ciego"». A Vicedo, que arrolla con su verbo, no parecen faltarle esas dotes de convicción cara al cliente o al mismo juez. «Llegas a un juicio», continúa, «y da la impresión de que hasta el juez está pendiente de ti: "A ver cómo se desenvuelve el abogado ciego, a ver si sabe presentar las conclusiones, si sabe incluso firmar"».

Nadie que no se fijara en sus ojos diría de este hombre, sentado en su despacho, con un puro en una mano y el teléfono en la otra, que es ciego. Su imagen y actitud sorprenden a quien espera- encontrarse con una persona retraída o pesimista. «Yo no he notado ese apocamiento de ser ciego nunca. Perdí la vista a los seis años y seguí jugando como todos los niños, subiéndome a los árboles y haciendo vida normal». No obstante, J. Vicedo no se embala en su optimismo, porque todos los días hay barreras que hacen que llevar esa «vida normal» no sea tan fácil: «Para mí, el simple hecho de consultar un código puede ser un gran problema. Necesito, si no está traducido al Braille, que alguien me lo lea. Ahora tenemos puestas grandes esperanzas en el Optakon, un aparato que traduce en relieve los caracteres de cualquier escrito y permite leer de cincuenta a sesenta palabras por minuto. El inconveniente que tiene es el precio, que son más de 300.000 pesetas».

Todos los ciegos hablarían del Optakon, un verdadero sueño, especialmente para los aficionados a la lectura. Este ingenio daría acceso al ciego a cualquier libro sin tener que depender de las traducciones al Braille o las grabaciones en cinta. «Sería casi como ver», dice Vicedo, que confía en que los adelantos técnicos vayan acercando al ciego al mundo visual. La experiencia le dice que es así: «Cuando yo empecé a estudiar, en 1951, las cintas magnetofónicas estaban en mantillas, y además yo no tenía dinero para comprarme un magnetofón. Como tampoco había libros de Derecho en Braille, tenía que estudiar con los apuntes que tornaba en clase y lo que me leían mis compañeros. Hoy, en cambio, el magnetofón es de uso corriente ».

A J. Vicedo, tras. este pequeño repaso a su vida, se le nota satisfecho de sí mismo, orgulloso de haber superado más obstáculos que una persona normal (otra ciega, música, diría: «Para ser ciego con dignidad hay que ser fuerte, no tener complejos de inferioridad»). J. Vicedo sólo tiene una pequeña frustración, que confiesa al final: le hubiera gustado ser pianista, pero se ha tenido que conformar con ser un buen aficionado a la música.

La profesión ideal

A todos nos parece que la profesión ideal de un ciego es la música, y basamos esta creencia en el convencimiento de que los ciegos tienen más cualidades, más oído que los videntes. Pero esto no debe ser así, porque los cinco músicos entrevistados coincidieron en que el ciego no tiene más dotes que el vidente. Ocurre que, para la música, no tiene los inconvenientes que para otras profesiones. Recalcaron además la dificultad extra que la música tiene para el ciego: debe aprenderse las partituras de memoria, compás por compás, y ésto representa un tiempo adicional en el estudio de una obra, lo cual haría casi imposible que un ciego tocase en una orquesta cualquiera, por la propia necesidad que éstas tienen de cambio de repertorio. No podría tampoco seguir las indicaciones del director de orquesta. Es, en cambio, más accesible para un ciego el papel de solista y, por supuesto, el de concertista en solitario.En el sexteto que tiene la ONCE tocan cinco ciegos y un vidente. Su consideración laboral es de funcionarios de la organización, y su objetivo, el de promocionar la imagen del ciego en la sociedad.

Además de este trabajo, algunos realizan otro. Es el caso de Adalberto (32 años, toca el contrabajo), que da clases, o Ana, de veinticuatro, pianista del sexteto y estudiante de literatura. Ante ellos, que a veces hacen bromas sobre su defecto, se pierde el pudor a hablar de la ceguera o el miedo a hacer preguntas delicadas. Ellos, que son ciegos de nacimiento, o casi (sólo Ana vio hasta los ocho años), la adaptación a la ceguera es total. Quien parece tener menos problemas es Basilio (38 años, violoncellista), que dice que la recuperación de la vista no le preocupa en absoluto. Juan (43 años, toca la viola) afirma que no se lo plantea porque sabe que no tiene ninguna posibilidad. Es Ana la única que confiesa preocuparse a veces, añorar lo que ha visto y estar dispuesta a operarse si hubiera alguna esperanza. «Cuando perdí la vista era un auténtico pato mareado; me sentaba en una silla y no hacía nada,. pero poco a poco fui moviéndome, conquistando el espacio que me rodeaba». Hasta hoy, en que Ana vive sola en un piso, no sólo sin graves problemas, sino con evidente satisfacción: «Y tengo allí mi piano y mis cosas, y estoy contenta. Vivo sola porque me gusta, -y también viviría sola si no fuera ciega. He tenido algunos problemas con la cocina, porque es importante ver para aprender a cocinar, pero voy superando este problema poco a poco».

Andar por la calle es uno de los retos que se le plantea al ciego todos los días. No se trata sólo de memorizar un trayecto, sino de arriesgarse a tropezar con la moto, la bombona o el andamio puestos en la acera en que ayer no había nada. El ciego puede ir en tensión, pensando si el próximo paso no lo dará en falso, o bien no atreverse a salir sin acompañante. Ana es categórica cuando afirma: «Yo prefiero romperme la cabeza una vez a ir con miedo por la calle. Yo voy tranquilamente, sin ninguna tensión. Si algún día acabo en la Paz, no me importa, habré andado muchos años a gusto». Por otra parte, andar por Madrid no es tan difícil: la gente colabora, y el metro es el transporte ideal para los ciegos, porque tiene, al contrario que el autobús, que se detiene en un semáforo y no sabes si es parada o no, unas estaciones fijas. Madrid tiene para Adalberto, que es de Valladolid, otras ventajas por ser una gran ciudad: «Aquí se puede pasar más inadvertido que en un sitio pequeño, donde es más fácil que seas el ciego». Juan, en cambio, añora el Madrid de hace veinte años y preferiría vivir en una ciudad pequeña.

Otra persona que prefiere Madrid para vivir es Antoñita, andaluza de Andújar y estudiante de décimo de piano. Madrid, para Antoñita, que tiene veinticuatro anos y es ciega desde que contaba unos meses, no es una ciudad hostil. Ella la ha ido conquistando poco a poco desde que salió del colegio en que estaba interna, y hoy cuenta cómo su madre se siente orgullosa de que, cuando viene a Madrid, sea su hija, la ciega, la que le lleve a todas partes.

Antoñita, curiosamente, debe a la ceguera su acercamiento a la música: «Si no hubiera sido ciega, hubiera tenido que trabajar desde muy joven, porque mis padres no pueden pagarme la carrera». Estudia gracias a una beca de la ONCE.


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