La historia de Agustín Luengo Capilla, “El Gigante Extremeño”.
Para realizar los post anteriores,
relacionados con el Museo Nacional de Antropología de Madrid, descubrí
algunas piezas interesantes buceando en su catálogo, pero hubo una que
entre todas ellas llamó mucho más mi atención. Luego, intenté conocer el
cómo llegó ahí y las circunstancias que rodearon esa pieza en vida… y
descubrí la interesante historia de “El gigante extremeño” que hoy
comparto con vosotros….
En la sala III de la primera planta del
Museo Nacional de Antropología, dedicada a los orígenes del museo,
podemos encontrar piezas tan curiosas como fantásticas, una de estas
piezas tiene mucho que ver con la dedicación a la antropología física y a
la anatomía que tenía el centro en sus comienzos, se trata del
esqueleto y el vaciado en yeso del Gigante Extremeño.
Agustín Luengo Capilla
era el nombre de este personaje, nacido en Puebla de Alcocer, en 1826.
Era conocido como El Gigante Extremeño porque tallaba 2´35 metros de
altura (a día de hoy se cree que sigue siendo el español más alto que ha
habido, aun por encima de Pau Gasol, al que superaría en 20
centímetros).
Su infancia la pasó saltando de
enfermedad a enfermedad y en su juventud trabajó como atracción de
circo, se cree que le ofrecieron ese trabajo además de por su estatura,
por las deformidades que presentaba (padecía acromegalia patológica*).
De esa época se cuenta que lo que más sorprendía al público eran sus
grandes manos, capaces de ocultar un pan de 1 kg.
Durante esa época, su existencia llegó a oídos del Doctor Pedro González Velasco,
que se encontraba en pleno proceso de creación de Museo Antropológico, y
contactó con Agustín, al que le propuso la compra de su cadáver a
cambio de una renta diaria de 2,50 pesetas de por vida, el coste final
supuso unas 3.000 pesetas.
Tras aceptar el trato, fue sometido a un
minucioso examen médico, donde se comprobó que padecía tuberculosis ósea
en estado avanzado, y murió no mucho tiempo después, el 31 de Diciembre
de 1875, con 26 años de edad.
No pasó mucho tiempo desde su muerte,
hasta que el Doctor Velasco realizó lo que hoy aparece expuesto, el
vaciado de su cuerpo en yeso y la extracción de sus huesos.
*NOTA: La
acromegalia patológica es un desorden hormonal, concretamente en la
hormona del crecimiento, llamada somatotropina, que provoca gigantismo
en niños y acromegalia en adultos. Su principal problema es que las
extremidades, en la mayoría de las ocasiones pies y manos, sufren un
crecimiento anormal y se van desarrollando gradualmente, por lo que su
diagnostico o detección temprana es muy difícil. Aunque los síntomas
pueden variar dependiendo del caso, ya que también suelen sufrir
alargamiento de huesos de las extremidades, huesos del cráneo
(especialmente los frontales) lo que lleva a un crecimiento desmedido de
la nariz, mentón, pómulos, orejas y arcos superciliares.
Aunque el título se refiera a otro
personaje, es la historia de un gigante la que se nos cuenta aquí. Nos
encontramos ante una mezcla de biografía novelada y novela costumbrista,
aunque ambientada sobre todo en el mundo circense ambulante, pleno de
personajes a cuál más jugoso y llamativo. Narra la vida del hombre más
alto de España, y probablemente del mundo en su época: Agustín Luengo
(1849-1875) fue un joven extremeño que padecía acromegalia, crecimiento
desmesurado, y cuya corta vida la pasó entre las andanzas de un circo y
la vida disoluta que llevó en la villa y corte madrileña, cuando se vio
liberado de las riendas que le mantenían en un cierto orden.
El autor sigue de cerca a aquel niño
grandote, del grandullón que fue poco menos que vendido a un circo por
sus padres, sin pasar apenas por el colegio, soportando las burlas y las
miradas curiosas y asustadas de la gente, esa gente a la que lo
distinto enerva y enfurece. El pobre Agustín encuentra en el Circo Luso
un segundo hogar, e incluso disfruta con la compañía de todo esos seres
dispares de los que se ve rodeado, que conforman su nueva familia, y
sobre todo se siente atraído fuertemente por María Peligros, la Mujer
Serpiente. Eusebio Dos Santos Marrafa, el gerente y dueño del circo, es
otro personaje peculiar, que ejerce de segundo padre, cuidando de
Agustín, al que procura mantener alejado de Peligros (nombre felizmente
elegido) y de todo aquello que le pueda perturbar… así como perturbar su
bolsillo.
La historia personal de Eusebio Marrafa
tiene su atractivo y compone una segunda línea narrativa del libro:
portugués huido de su país por asuntos turbios y costumbres inaceptables
en la sociedad, enamorado de Marcos Villalba, el jefe de pista, otro
huido de la Benemérita y que le lleva la gestión del negocio a la vez
que escribe poemas. El resto de los componentes del circo pululan
alrededor del gigantón Agustín, que se convierte en la máxima atracción,
por lo que le miman y vigilan, manteniéndole en una especie de jaula de
cristal. Rufina, la gitana, que no se atreve a decirle a Agustín lo que
ve en la palma de su mano; los enanos Pedreira reforzaban el contraste
con la altura de Agustín; los hermanos Recio (los forzudos, obviamente)
que se ocupan del montaje del circo; Canivell, el que maneja la
electricidad como espectáculo, cuando aún no se usaba para iluminar;
Rufo y Manuela, con su caterva de hijos, con los que Agustín jugaba y se
explayaba con los cariños que nunca recibió; los hermanos filipinos
Gómez Tao que padecían gargolismo eran la última adquisición,
verdaderamente monstruosos, que ni siquiera hablaban sino que
farfullaban sonidos inconexos. A veces el libro recuerda a aquella
película de Tod Browning, Freaks, que mostraba la colección de seres, a
cual más perturbador, pobladores de un circo.
La historia central es la de Agustín,
que finalmente es reclamado por Alfonso XII para hacer su exhibición en
la corte, quedando muy complacido. Ello le lleva a contactar con el
extraño doctor Velasco, que le hace una propuesta que no podrá rechazar,
y que supondrá la separación de Marrafa y a la vez la desgracia de
éste. La historia del Doctor Velasco y su fantasmal hija Conchita
también tiene su aquel. Y la de la creación del Museo Antropológico de
Madrid.
Bien contado, mezclando imaginarios
diálogos y situaciones con hechos históricos y reportajes científicos
sobre temas tangenciales o directamente relacionados a la narración, el
libro se lee de un tirón y entretiene a la vez que descubre un personaje
que supuso un portento.
El gigantón extremeño
20.11.12 - 12:23 - JOSÉ GUERRERO
Vivo o muerto, en el siglo XIX o en el XXI, vestido de
pie o en la yacente desnudez de sus huesos, Agustín Luengo Capilla
siempre fue un hombre asombroso, un gigantón que paseaba entre caras de
sorpresa sus 235 centímetros de altura (veinte más que Gasol) por
aquella España decimonónica de gentes pequeñitas, donde la talla media
rondaba el 1,60 (hoy, es de 1,73). Cuentan de Agustín, que nació en 1849
en la Puebla de Alcocer (Badajoz) y murió 26 años después en Madrid,
que en su casa tuvieron que abrir un butrón en la pared para que pudiera
dormir con las piernas totalmente estiradas. También cuentan que en
aquella España pueblerina que se reía de las malformaciones (y pagaba
por verlas), el amigo Agustín se ganaba la vida en uno de aquellos
circos de monstruos con enanos, mujeres barbudas y hombres elefantes,
tan del (mal) gusto de la época. Su número, que se anunciaba como una de
las mayores atracciones, consistía básicamente en mostrarse tal cual
era y pasear bien cerca del público para que niños, mujeres y hombres se
deleitaran con su anatomía exagerada. El momento cumbre de la función
llegaba cuando, como el que se esconde dos monedas, Agustín ocultaba en
sus descomunales manos un par de panes redondos de kilo y medio cada
uno. Puede que los aplausos que retumbaban bajo la lona aliviaran el
terrible dolor físico de aquellos huesos hundidos bajo el peso de un
cuerpo desproporcionado. O puede que quizá le resultaran humillantes
socavando aún más su autoestima. Nunca lo sabremos.
Lo cierto es que gracias al éxito de sus exhibiciones
circenses, la fama del gigante Agustín (un caso claro de acromegalia, un
trastorno causado por un tumor que dispara la producción de la hormona
del crecimiento) llegó a oídos del doctor Pedro González de Velasco,
catedrático de Anatomía de la Universidad de Madrid, que impresionado
por las peculiaridades y rareza antropológica de aquel esqueleto, hizo a
Agustín una oferta que no pudo rechazar. Le compraría su cuerpo en vida
a cambio de una renta de 3.000 pesetas, una fortuna en aquella época,
equivalente al salario medio de ocho años. Agustín recibiría 2,50
pesetas al día mientras viviese y a su muerte, su cuerpo pasaría a una
especie de museo anatómico que por aquellos años, González de Velasco
estaba montando en su propia casa del barrio de Atocha. Digamos, de
paso, que el doctor era un personaje singular.
Hijo de un humilde matrimonio de labradores segovianos,
se forjó una brillante trayectoria profesional sin renunciar a su
obsesión de recuperar cadáveres para la enseñanza de la Medicina. El
reconocido galeno invirtió todos sus ahorros en la construcción del
edificio del museo (que fue su vivienda habitual y donde murió en 1882) y
allí fundó en 1875 el Museo Nacional de Antropología,
en cuya sala principal reposan los restos del que todos conocen como El
Gigante Extremeño, que no es otro que Agustín Luengo Capilla, quien,
por cierto, no pudo disfrutar de aquella suculenta renta vitalicia pues
murió al poco de tiempo.
Restos capilares
En el ‘vaciado’ del cuerpo del gigante que acometió el
propio catedrático de Anatomía, el esqueleto perdió diez centímetros y
así, con una impresionante osamenta de 2,25 metros, es como se exhibe en
la actualidad en el Museo. Sus restos, resguardados en una vitrina
acristalada, están custodiados por un vetusto armario repleto de
cráneos, por la llamada ‘Momia guanche’ (el cadáver perfectamente
embalsamado de un lugareño canario de tiempo inmemorial) y una escultura
a tamaño natural del propio Agustín (resultante del vaciado practicado
por el doctor) que aun conserva minúsculos restos capilares.
Ni que decir tiene que el colosal esqueleto es la pieza
más admirada por los más de 40.000 visitantes que recibe el Museo cada
año, muchos de ellos escolares de colegios que solicitan un (muy
recomendable) recorrido guiado.
Mareos y desmayos
“Los niños son los que más preguntan”, cuenta Nelly
Ognio, educadora del museo, que casi siempre tiene que aclarar a los
chavales dubitativos que sí, que lo que están viendo es un muerto de
verdad. “Hay niños”, explica Nelly, “que se marean al encontrarse en una
sala llena de huesos y les tenemos que sacar fuera. Hemos tenido
también algún desmayo, pero la mayoría de los chavales observan
detenidamente el cuerpo mientras atienden las explicaciones”. Los
escolares se fijan en todo: en el deterioro de las rótulas, en que le
falta un dedo del pie, en los ‘dientes’ picudos de la calavera (aunque
en realidad solo le queda una muela), en las líneas que cosen su cráneo…
y también se interesan por quién le hacía los pantalones, las muletas o
los zapatos, alguno de los cuales, por cierto, se exhibe en el Museo
Etnográfico de Puebla de Alcocer. Muchos niños, tan entusiasmados con el
descubrimiento, dejan un recuerdo en forma de dibujo.
La educadora aprovecha la empatía que al final se crea
entre los niños y su amigo el gigante para tocarles la fibra de ese
valor humano tan imprescindible en estos tiempos como el respeto al
diferente. En un museo como el de Antropología, que también reune
antigüedades, objetos etnográficos y colecciones de culturas tan
distintas como la africana o la sudamericana, el Gigante Extremeño
transmite a los escolares que negros o blancos, altos o bajos, por
dentro todos somos iguales. Una hermosa lección de conocimiento en un
Museo, que, claro, tiene como lema ‘Nosce te ipsum’
La Correspondencia de España. 3/10/1875, n.º 6.512, página 2:
Hoy ha sido presentado a su S. M. un joven de 26 años, natural de la Puebla de Alcocer, provincia de Badajoz, llamado Agustin Luengo Capilla, el cual alcanza ya la disforme estatura de dos metros 800 milímetros, sin que aparezca terminado el periodo [de su crecimiento, puesto que, en opinión de facultativos, su naturaleza no ha alcanzado más desarrollo que el que se obtiene generalmente á los 13 ó 14 años. Se halla al 20 enfermo desde hace dos meses, S. M. le ha dispensado una benévola acogida. Lo acompañaba su madre.
Diario oficial de avisos de Madrid. 16/10/1876, página 2:
Ha llamado mucho !a atención en elel centro del salón principal la enorme figura de Agustín Luengo y Capilla, natural de la Puebla de Alcocer, provincia da Badajoz, de dos metros treinta centímetros de altura, que falleció a la edad de 26 años el 31 de diciembre de 1873. Dicha figura, formada con la piel d el citado gigante, se encuentra cubierta con los mismos vestidos que ordinariamente usaba. Los invitados al acto han salido profundamente complacidos de la galantería del doctor Velasco.
El Heraldo de Madrid. 10/10/1927, página 9:
TERRIBLE HISTORIA DEL GÍGANTE EXTREMEÑO
Agustín Luengo nació en Puebla de Alcocer y creció en demasía. Contrariamente a aquel del cuento cuya estatura no rebasaba un metro sesenta, y que se exhibía, no obstante, afirmando ser «el gigante más pequeño del mundo», Agustín Luengo era el gigante más alto de su tiempo ,y uno de los más altos que hayan existido jamás. Era pobre y apenas ganaba exihibiéndose en las barracas lo preciso para... beber, hasta que le descubrió el doctor Velasco.
El sabio, entusiasmado con tan magnífico ejemplar humano, mejor dicho, sobrehumano, le propuso un
pacto mefistofélico : una renta vitalicia a cambio de su cuerpo. No suele ser muy larga una vida de gigante; la del extremeño, bebedor y mujeriego, había de ser brevísima. El doctor Velasco, a pesar de desempeñar n el asunto el papel de diablo, era tan buen diablo como gran doctor y solía advertirle, viendo en qué peligrosos excesos consumía su renta y su salud: «Te estás matando.» Y el gigante, que era un pobre diablo, contestaba: «Mejor para usted; así gasta usted menos y entra usted antes en posesión de mi cuerpo, que lo es de usted.»
Así fue, en efecto; devorado por toda suerte de enfermedades el extremeño no tardó en entregar su alma candorosa al Señor, y su cuerpo fenomenal al Museo, donde figura hoy, triplicado. Es decir, que pueden verse en el Museo Antropológico tres gigantes que son uno solo: su efigie en escayola, su esqueleto y su cuerpo propiamente dicho, o sea su envoltura de piel disecada y vestida, si bien esta suprema encarnación del gigante es de momento invisible por estar sometida a curación de una enfermedad de ultratumba—una más— que venía padeciendo de algún tiempo a esta parte; la polilla.
Para obtener la adjunta fotografía en que tengo la satisfacción de figurar al lado de tan buen mozo hemos tenido que quitar de su vitrina la enorme tabla en que está colocado el esqueleto ; la mandíbula está suelta y al moverle la agita de arriba abajo, siniestramente, como dándoselas de ogro de cuento infantil de esos que dicen : «¡ Ham! ¡ Ham ! Aquí huele a carne humana.»
Pero el pobre gigantesco esqueleto no logra asustar a nadie, como no logrará jamás imponer su origen
extremeño,' ya que la creencia general es que fue aragonés; y su terrible historia, que debiera servir de ejemplo para todos los gigantes viciosos, solamente podrá referirse en forma de aleluyas: «Este buen mozo que aquí ves es el gigante aragonés.
Nuevo mundo (Madrid). 18/5/1928, página 45:
Crónica (Madrid. 1929). 21/7/1935, página 23.
EL GIGANTE EXTREMEÑO
A la entrada está una reproducción en yeso del gigante extremeño. Se llamó en vida Agustín Luengo Capilla, natural de Puebla de Alcocer. Alcanzó dos metros veinticinco centímetros de estatura. ¡Curiosa, en verdad, la relación del gigante con el sabio! El doctor Velassco se lo encontró un día en !a calle y le llamó. Naturalmente, le interesa aquel caso clínico. «¿Qué haces? ¿De qué vives?», le preguntó. El gigante, tosco, huraño, apenas contestó: «De limosnas...i> El sabio entonces le hizo una origina! proposición: "¿Quieres vivir bien?... Yo te compro. Te pagaré además todos tus gastos, tu manutención, tus trajes, tus vicios... Pero con una condición: Que cuando te mueras me dejes tu cuerpo...» El gigantón aceptó complacido. ¡Después de muerto, ¿para qué le servía ya? Por ahí paseaba su holganza satisfecho. Comido, vestido y con dinero, poco á poco fué adquiriendo vicios y enfermedades. El sabio le recriminaba. <Pero, ¿á usted qué le importa? Cuanto antes muera, menos costoso le he de resultar, le replicaba. Y al cabo murió. Allí, cerca de su cuerpo, reproducido en yeso, el enorme esqueleto, encerrado en una estantería, muestra los vestigios de males terribles en su enorme osamenta deformo.
Curiosidades del Museo Antropológico de Madrid, fundado por aquel doctor Gonzalez de Velasco que allí conservó, durante muchos años, el cadáver momificado de su propia hija
La Correspondencia de España. 3/10/1875, n.º 6.512, página 2:
Hoy ha sido presentado a su S. M. un joven de 26 años, natural de la Puebla de Alcocer, provincia de Badajoz, llamado Agustin Luengo Capilla, el cual alcanza ya la disforme estatura de dos metros 800 milímetros, sin que aparezca terminado el periodo [de su crecimiento, puesto que, en opinión de facultativos, su naturaleza no ha alcanzado más desarrollo que el que se obtiene generalmente á los 13 ó 14 años. Se halla al 20 enfermo desde hace dos meses, S. M. le ha dispensado una benévola acogida. Lo acompañaba su madre.
Diario oficial de avisos de Madrid. 16/10/1876, página 2:
Ha llamado mucho !a atención en elel centro del salón principal la enorme figura de Agustín Luengo y Capilla, natural de la Puebla de Alcocer, provincia da Badajoz, de dos metros treinta centímetros de altura, que falleció a la edad de 26 años el 31 de diciembre de 1873. Dicha figura, formada con la piel d el citado gigante, se encuentra cubierta con los mismos vestidos que ordinariamente usaba. Los invitados al acto han salido profundamente complacidos de la galantería del doctor Velasco.
El Heraldo de Madrid. 10/10/1927, página 9:
TERRIBLE HISTORIA DEL GÍGANTE EXTREMEÑO
Agustín Luengo nació en Puebla de Alcocer y creció en demasía. Contrariamente a aquel del cuento cuya estatura no rebasaba un metro sesenta, y que se exhibía, no obstante, afirmando ser «el gigante más pequeño del mundo», Agustín Luengo era el gigante más alto de su tiempo ,y uno de los más altos que hayan existido jamás. Era pobre y apenas ganaba exihibiéndose en las barracas lo preciso para... beber, hasta que le descubrió el doctor Velasco.
El sabio, entusiasmado con tan magnífico ejemplar humano, mejor dicho, sobrehumano, le propuso un
pacto mefistofélico : una renta vitalicia a cambio de su cuerpo. No suele ser muy larga una vida de gigante; la del extremeño, bebedor y mujeriego, había de ser brevísima. El doctor Velasco, a pesar de desempeñar n el asunto el papel de diablo, era tan buen diablo como gran doctor y solía advertirle, viendo en qué peligrosos excesos consumía su renta y su salud: «Te estás matando.» Y el gigante, que era un pobre diablo, contestaba: «Mejor para usted; así gasta usted menos y entra usted antes en posesión de mi cuerpo, que lo es de usted.»
Así fue, en efecto; devorado por toda suerte de enfermedades el extremeño no tardó en entregar su alma candorosa al Señor, y su cuerpo fenomenal al Museo, donde figura hoy, triplicado. Es decir, que pueden verse en el Museo Antropológico tres gigantes que son uno solo: su efigie en escayola, su esqueleto y su cuerpo propiamente dicho, o sea su envoltura de piel disecada y vestida, si bien esta suprema encarnación del gigante es de momento invisible por estar sometida a curación de una enfermedad de ultratumba—una más— que venía padeciendo de algún tiempo a esta parte; la polilla.
Para obtener la adjunta fotografía en que tengo la satisfacción de figurar al lado de tan buen mozo hemos tenido que quitar de su vitrina la enorme tabla en que está colocado el esqueleto ; la mandíbula está suelta y al moverle la agita de arriba abajo, siniestramente, como dándoselas de ogro de cuento infantil de esos que dicen : «¡ Ham! ¡ Ham ! Aquí huele a carne humana.»
Pero el pobre gigantesco esqueleto no logra asustar a nadie, como no logrará jamás imponer su origen
extremeño,' ya que la creencia general es que fue aragonés; y su terrible historia, que debiera servir de ejemplo para todos los gigantes viciosos, solamente podrá referirse en forma de aleluyas: «Este buen mozo que aquí ves es el gigante aragonés.
Nuevo mundo (Madrid). 18/5/1928, página 45:
Crónica (Madrid. 1929). 21/7/1935, página 23.
EL GIGANTE EXTREMEÑO
A la entrada está una reproducción en yeso del gigante extremeño. Se llamó en vida Agustín Luengo Capilla, natural de Puebla de Alcocer. Alcanzó dos metros veinticinco centímetros de estatura. ¡Curiosa, en verdad, la relación del gigante con el sabio! El doctor Velassco se lo encontró un día en !a calle y le llamó. Naturalmente, le interesa aquel caso clínico. «¿Qué haces? ¿De qué vives?», le preguntó. El gigante, tosco, huraño, apenas contestó: «De limosnas...i> El sabio entonces le hizo una origina! proposición: "¿Quieres vivir bien?... Yo te compro. Te pagaré además todos tus gastos, tu manutención, tus trajes, tus vicios... Pero con una condición: Que cuando te mueras me dejes tu cuerpo...» El gigantón aceptó complacido. ¡Después de muerto, ¿para qué le servía ya? Por ahí paseaba su holganza satisfecho. Comido, vestido y con dinero, poco á poco fué adquiriendo vicios y enfermedades. El sabio le recriminaba. <Pero, ¿á usted qué le importa? Cuanto antes muera, menos costoso le he de resultar, le replicaba. Y al cabo murió. Allí, cerca de su cuerpo, reproducido en yeso, el enorme esqueleto, encerrado en una estantería, muestra los vestigios de males terribles en su enorme osamenta deformo.
Curiosidades del Museo Antropológico de Madrid, fundado por aquel doctor Gonzalez de Velasco que allí conservó, durante muchos años, el cadáver momificado de su propia hija
No terminan los hechos raros y curiosos del Museo Antropológico con la historia de la momia de la hija del doctor González de Velasco que leyeron ustedes el otro día. Hay aquí otras anécdotas y objetos realmente peregrinos, que nos van a serrvir para forjar unas notas colmadas de interés.
Antes digamos dos palabras sobre la estupenda pira científica que era el doctor Velasco, en torno
cual, como ven ustedes, forzosamente ha de girar tanto se relaciona con el Museo Antropológico y hasta, si me apuran mucho, con las ciencias anatómicas en España.
cual, como ven ustedes, forzosamente ha de girar tanto se relaciona con el Museo Antropológico y hasta, si me apuran mucho, con las ciencias anatómicas en España.
Castellano viejo e hijo de humildes labradores, estudia filosofía y Letras en Segovia, llenando la tripa a la hora meridiana con la sopa boba que daban en los conventos.
Otra vez vez en Madrid, sus afanes de hombre de estudio se dirigen al de la Medicina. A falta en la Corte del condumio conventual, trabaja como criado, primero y como practicante, después, y así logra, tras innumerosos trabajos, que los libros no le abandonen.
ya tenemos al muchacho luciendo la borla de doctor No le perdamos de vista, que no muy luego vamos a tenerle que llamar, como uno de sus biógrafos, «anatómico eminente y disecador incomparable». Poco, casi nada, sale el doctor de casa, enfrascado como está en sus múltiples investigaciones y trabajos. Únicamente allá a la atardecida gusta de acompañar a su hija en coche, y algún que otro día sale a pie y solo, singularmente cuando instalan la feria no lejos de su casa.
En este lugar de popular esparcimiento conoció el doctor al gigante de nuestra historia. Veréis cómo fue
y qué curiosa charla mantuvo con él. —¡Pasen, señores, pasen!—gritaba un hombrecillo rechoncho a la puerta de una barraca—. ¡Por dos cuartos podrán ver y admirar al más alto gigante del mundo! ¡Mide cerca de seis varas, come y bebe como un monstruo y tiene que dormir hecho tres dobleces, porque todos los camastros le son cortos! ¡Pasen, señores, pasen! ¡Maravilla nunca vista! ¡A dos cuartos la entrada! Y el doctor entró como un chiquillo en la barraca, admiró al gigante, y antes de abandonar aquel lugar, le dio una tarjeta y le dijo: —Mañana, al mediodía, le espero en mi casa. Vaya, que acaso le interese lo que voy a proponerle. Y el gigante fue. Lo midió el doctor, y vio que daba una talla de dos metros veinticinco centímetros. Se llamaba Agustín Luengo y Capilla, y era natural de un pueblecito extremeño: Puebla de Alcocer. —Vamos a ver, Agustín—le dijo don Pedro—, ¿cuánto le dan a usted por exhibirse de feria en feria? —Poco. Ponga usted ocho reales, por término medio. —jY a usted le satisface esta vida que lleva? —No, señor. Aquí, en Madrid, menos mal; pero por ahí, por los pueblos, no quiá usted saber: hasta me apedrean. —-Bien, Agustín. Pues yo le voy a proponer una cosa. Usted no va a tener que moverse de hoy en adelante para nada de Madrid. Si quiere, se exhibe en la feria, y si no quiere, no lo hace. Yo le asigno, para que pueda vivir, tres pesetas diarias, con una condición, una sola: que me ceda en un documento su cadáver para que yo lo momifique y pueda formar parte- de las colecciones antropológicas que usted ve aquí. Instintivamente, Agustín dio un salto de la silla en que descansaba. Miró al doctor con pánico, y fijó después sus ojos en tres o cuatro momias que rodeaban, por así decir, la mesa de trabajo del anatómico. Una sonrisa asomó a los labios de éste. —No tenga usted miedo, Agustín. Los cadáveres no sienten. —¡Eso ya lo sé yo! —Pues, a pesar de saberlo, confiese que al hablar de momificarlo le pareció sentir en la carne el corte de las lancetas. —Sí que es verdad. —jLo ve usted? ' Agustín quedó unos momentos pensativo. Luego dijo con esa malicia socarrona del paleto: —¿Y dice usted que me va a disecar como a éstos? —Sí.
y qué curiosa charla mantuvo con él. —¡Pasen, señores, pasen!—gritaba un hombrecillo rechoncho a la puerta de una barraca—. ¡Por dos cuartos podrán ver y admirar al más alto gigante del mundo! ¡Mide cerca de seis varas, come y bebe como un monstruo y tiene que dormir hecho tres dobleces, porque todos los camastros le son cortos! ¡Pasen, señores, pasen! ¡Maravilla nunca vista! ¡A dos cuartos la entrada! Y el doctor entró como un chiquillo en la barraca, admiró al gigante, y antes de abandonar aquel lugar, le dio una tarjeta y le dijo: —Mañana, al mediodía, le espero en mi casa. Vaya, que acaso le interese lo que voy a proponerle. Y el gigante fue. Lo midió el doctor, y vio que daba una talla de dos metros veinticinco centímetros. Se llamaba Agustín Luengo y Capilla, y era natural de un pueblecito extremeño: Puebla de Alcocer. —Vamos a ver, Agustín—le dijo don Pedro—, ¿cuánto le dan a usted por exhibirse de feria en feria? —Poco. Ponga usted ocho reales, por término medio. —jY a usted le satisface esta vida que lleva? —No, señor. Aquí, en Madrid, menos mal; pero por ahí, por los pueblos, no quiá usted saber: hasta me apedrean. —-Bien, Agustín. Pues yo le voy a proponer una cosa. Usted no va a tener que moverse de hoy en adelante para nada de Madrid. Si quiere, se exhibe en la feria, y si no quiere, no lo hace. Yo le asigno, para que pueda vivir, tres pesetas diarias, con una condición, una sola: que me ceda en un documento su cadáver para que yo lo momifique y pueda formar parte- de las colecciones antropológicas que usted ve aquí. Instintivamente, Agustín dio un salto de la silla en que descansaba. Miró al doctor con pánico, y fijó después sus ojos en tres o cuatro momias que rodeaban, por así decir, la mesa de trabajo del anatómico. Una sonrisa asomó a los labios de éste. —No tenga usted miedo, Agustín. Los cadáveres no sienten. —¡Eso ya lo sé yo! —Pues, a pesar de saberlo, confiese que al hablar de momificarlo le pareció sentir en la carne el corte de las lancetas. —Sí que es verdad. —jLo ve usted? ' Agustín quedó unos momentos pensativo. Luego dijo con esa malicia socarrona del paleto: —¿Y dice usted que me va a disecar como a éstos? —Sí.
—Y, claro, j cobrará usted a la gente por entrar a vernos? —No cobraré nada, Agustín. Esto es un Museo, no una barraca grande, como usted supone. En fin, ¿cerramos el trato, o no?
—Por mí, hecho—consintió, ya sin vacilar, el gigante—. Así como así, después de muerto, que me hagan lo que quieran.
Y se firmó el documento mediante el cual el doctor se comprometía a abonar las tres pesetas de marras, y el hombretón extremeño a legar su cadáver al naciente Museo. Hay quien afirma, refiriendo esta historia, que la autorización del doctor para que pudiese exhibirse Agustín en las ferias de Madrid tenía un objetivo cruelmente científico. Cuanto más dinero cobrase el gigante, más abusaría de su naturaleza, y esto le acercaría más a la muerte, máxime si se tiene en cuenta que los gigantes están casi todos ellos abocados a la tuberculosis, enfermedad de la que murió Agustín precisamente a los tres años escasos de concertar su compromiso con el antropólogo.
Se cuenta también del doctor Velasco que estando un año veraneando en Zarauz, recibió de su amigo
y colega el ilustre antropólogo francés Broca una carta, en la que le decía que le interesaría grandemente poseer algunos cráneos de españoles, a ser posible, pertenecientes a la raza vasca. El doctor Velasco, ni corto ni perezoso, invitó a su amigo a venir a Zarauz. El doctor Broca aceptó, y reunido con Velasco, ambos t r a m a ron un plan para-procurarse cráneos de gente del país. Los dos hombres de ciencia se dirigieron una noche, cautelosamente, al cementerio de la villa, escalaron como dos raterillos las tapias del bendito lugar, y fueren resueltos hacia el osario, donde hicieron copiosa provisión de cráneos y otros huesos de interés, material de estudio que al día siguiente se repartieron con absoluta equidad Broca y Velasco. Muchos de estos cráneos figuran hoy en los Museos Antropológicos de París y Madrid. Mas lo divertido del lance es que en el osario de Zarauz había muchos esqueletos de soldados no vascos, sino andaluces o castellanos, muertos en Guipuzcoa durante la guerra carlista. De suerte que si algún día ven ustedes en los Museos de París o Madrid un cráneo con una etiqueta al lado que diga: «Perteneciente a la raza vasca», sonrían incrédulos.
y colega el ilustre antropólogo francés Broca una carta, en la que le decía que le interesaría grandemente poseer algunos cráneos de españoles, a ser posible, pertenecientes a la raza vasca. El doctor Velasco, ni corto ni perezoso, invitó a su amigo a venir a Zarauz. El doctor Broca aceptó, y reunido con Velasco, ambos t r a m a ron un plan para-procurarse cráneos de gente del país. Los dos hombres de ciencia se dirigieron una noche, cautelosamente, al cementerio de la villa, escalaron como dos raterillos las tapias del bendito lugar, y fueren resueltos hacia el osario, donde hicieron copiosa provisión de cráneos y otros huesos de interés, material de estudio que al día siguiente se repartieron con absoluta equidad Broca y Velasco. Muchos de estos cráneos figuran hoy en los Museos Antropológicos de París y Madrid. Mas lo divertido del lance es que en el osario de Zarauz había muchos esqueletos de soldados no vascos, sino andaluces o castellanos, muertos en Guipuzcoa durante la guerra carlista. De suerte que si algún día ven ustedes en los Museos de París o Madrid un cráneo con una etiqueta al lado que diga: «Perteneciente a la raza vasca», sonrían incrédulos.
PEDRO MASSA
AUTOR: JOSÉ VTE. NAVARRO RUBIO
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