jueves, 12 de septiembre de 2013
POESÍA: CUENCA, SUS CASAS COLGADAS, Y ESA PARTE DE MI VIDA
De aire está hecho el cuerpo celeste de Cuenca
esta ciudad que se adivina desde toda la vida
entre ponientes que le vienen a ras de sus vistas
y tormentas, granizos, fríos y lloviznas.
Aquí en la ciudad a poco que caminemos cuesta arriba
los siglos nos devuelven a otras épocas de conquistas
entre vasallos, nobles y siervos, arciprestes, bufones y damas cautivas
vistos ellos y ellas a la defensiva
tras cualquiera de esas puertas que invitan
a pasar, sentarse, rezar rosarios, leer las palmas de las manos
y refrescarse con vino de esta tierra agradecida.
¡Subir, siempre subir!
¿en pos de qué?
¿de qué maravillas?
¿de su catedral por un rayo su torre partida?,
¿de las casas colgadas
como racimos de uva
sobre mesa de pobres
que se cuentan asimismo sus vidas?
y en todo caso acabadas las preguntas
dejar caer la vista
desde ese puente sobre un barranco
de tableros de madera a través de los cuales el abismo se adivina.
¿Cuenca me invitas a pasear por tus calles?:
Le pregunto entre envidias
que me corroen por dentro como si una rata se comiera mis tripas.
Vente, me dice ella,
con voz melosa desprendida de una lámina antigua
que cuelga de la pared de la biblioteca en mi casa de l'Alcúdia.
La tarde con su lentitud tácita me indica
que Cuenca está de fiestas
de lunes a lunes sin contar más días
que no sean los de un calendario gregoriano
dejado caer boca arriba
en el fondo de un arcón de madera revestida
con herrajes y figuras en una sacristía.
La Cuenca de abajo y la de arriba,
la del ensanche y la de más allá de ese río de clara melodía
me llena por estos días
de estancias lejos de casa
y más cuando atiza
la nostalgia esa tan poco caritativa
que me devuelve
a mis años mozos en que solía
casi navegar por estar tierras en barco a la deriva
entre toneles de resoli y de aguardiente de la Frontera
pisados por piernas curtidas
que lo elevaban en un proceso simple de pura química
a liquido divino
capaz de alterar hasta la vista.
Noé de ello algo supo y así lo cita la Biblia.
Vino es este
que en tinajas de barro y toneles por aquí se fermenta y destila
como en aquellos tiempos, amigos y amigas,
en que un hidalgo caminaba en jaca tan flaca que se le contaban a simple vista hasta las costillas.
Vuelvo de mis correrías
ya dejada atrás esa extraña melancolía
que revuelve mi ser
cuando hablo de Cuenca y de su provincia
y sitúo mi vista sobre la hoz
y sus montañas circunscritas
que la cierran por amor, solo por amor, desde estas vistas
en que más de un enamorado se atrevió
en perdidos días
a quitarse la vida
entre losas esculpidas, escudos de armas de todos los tipos y categorías
y desaires en el alma capaces de anular la mente y convertir al hombre en un suicida.
A Cuenca se viene a alegrar la vista,
a hacer amigos y amigas,
y si el tiempo da para algo más que unas horas de estancia por la calle de Carretería,
matar el hambre poco a poco con un porrón de vino a la vista
con sus suculentos caldos y comidas,
antes de que los rugido hidroaéreos abdominales y de las tripas
nos hagan llegar sus trepidantes melodías.
Por Cuenca daría la vida
y sin Cuenca en mi no hay más vida que la que en mis ojos se adivina
de esto último me quedo
con la mitad de la mitad ¿pues que sería?
no poder defender el honor de esta villa,
total por unas palabras que el viento a buen seguro se llevará lejos entre zarzas y viñas
en un atardecer sentado bajo las copas los árboles
del parque de San Julian, en la citada villa,
teniendo como compañía
luces dormidas
dando guiños a hurtadillas
e indicándonos, entre risas, que es el momento amargo de la partida
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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