Nueva York es la ciudad que mira a Dios
cara, cara,
con miles de ojos
de cristal
de todos los colores, tamaños y alzadas.
Hasta ella se fue
buscando quizás una varita mágica
Federico Garcia Lorca
que por ella llegaría a pasearse y llenarse hasta el alma
de todo aquello que en España le faltaba:
El amor sobre la cornisa de los rascacielos
oliendo a libertad sin tenazas,
la música sonando desgajada
en mitad de los fragores de épicas batallas,
el vacío con su nada
transitando por los puentes de aquella Isla querida y llorada,
y el terciopelo de las noches de bohemias caras
llegándose hasta las camas donde los hombres y mujeres se amaban.
La ciudad sin sueño
en Federico se despertaba
y con ella en la cabeza
y con ella la ciudad, su enamorada,
Federico se relamía por lo mucho que esta le estimaba.
Dentro de jaulas
Nueva York albergaba
el alma
de por quienes ella pasaban.
Federico también cayó en la trampa
y llevado de ese olor a humanidad rancia
con el cual la ciudad se despertaba,
se vino Federico
como si algo de verdad le faltara
a escribir "Poeta en Nueva York"
y desde entones Nueva York guarda en una jaula
los deseos del poeta y el sonido de las balas
que le llevaron a la muerte
como si estuviera en una velada
en el club de jazz Small's Paradise
y el estruendo fuera de trompetas disparadas
sobre un escenario
cerca de donde el único blanco tomaba café ante la atenta mirada
de un general que así se pronunciaba:
CAFÉ, que le den café, mucho café»
y café le dieron ya en España dentro de unas balas.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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