Me veo junto al Pocillo
y en mi mirada el agua
estancada en su fondo
a la espera
de la soga y del cántaro
que cantaba a sonido de agua
cuando esta le entraba
a borbotones y carcajadas.
El Pocillo se llenaba
de quienes hasta él se acercaban
con el sabor en la boca de la mañana,
con la tradición de saberse hijas de aquellas madres
que también de sus madres habían heredado el secreto de los cántaros bailando sobre las aguas.
Cantarillas para las mujeres
que cantaban a esas horas en que los hombres del campo regresaban
y se llenaban la garganta del agua
esa que brotaba
del pozo de las ilusiones que en los ojos de las mujeres se deslizaban
cuando del Pocillo por unas calles largas
y bien armada de tradición, cultura y elevadas palabras volvían camino de sus casas.
En horas ciegas
sin más reloj que el sol
atravesando el pueblo y la mirada
de quienes eran relojeras Madre España
el agua
siempre en el lugar más fresco de la casa esperaba
en aquellos botijos arrancados
a la tierra brava
para convertirlas
por obra y gracia
de unos amasadores de barro
en tornos de plata
en receptores de lo único que en la Mancha no faltaba
agua en los botijos
para beber
que no
para lavarse la cara
ni para sembrar simientes con que llenarse de pan las panzas
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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