martes, 19 de agosto de 2014

POESÍA: EN CULLERA Y VISITANDO LA MONTAÑA



En esta aventura me sirvo
de sombrero de filtro
color paja de trigo,
zapatillas de deporte y ropa de poco abrigo.
Subo por la calle de L'aigua
y lo primero que me llega de frente y pega casi en la cara
es una casa que se vende
que ocupa media manzana.
Asciendo por la calle y para cuando se acaba el mundo del asfalto
vienen entre zarzas, chumberas y un enjambre de hojarascas
una higuera milenaria
con unos higos pequeños que se deshacen en el paladar y se van camino de la garganta.
Desde abajo el castillo amenaza
desde los tiempos en que se construyó
como defensa avanzada
contra todo lo que venía desde el mar
o desde las tierras cercanas.
Continuamos nuestra marcha
entre rocas tan peladas
que en ellas se fríen las moscas
con solo tocar con las alas su superficie sometida a temperaturas muy elevadas.
Una torre comida por el tiempo
nos presta su cuerpo mutilado y con su perfil de media cara
sobre el vacío vive entre gritos y llamadas de socorro que el viento al espacio lanza.
Las viejas piedras y la argamasa
se juntaron para siempre sin saber que su vida sería tan larga
y aquí se cumple aquello, de dar la vida sin pedir a cambio nada.
En esta marcha que avanza a tiro de piedra desde donde estoy clavado como una lanza
hasta donde uno se ha propuesto poner su última pisada
me encuentro en esta mañana con una torre defensiva
muy bien adecentada
con ventanas y puerta de madera de gran alzada.
Subo entre las peñas por escalones que nos lanzan
a un resto de muralla
que nos indica que el camino es el correcto
y con solo alzar la mirada
continuamos la ruta de las torres de la albacara
en el punto exacto en que una base de argamasa
nos viene a decir que aquí hubo en su día algo más que nidos de águilas.
La torre octogonal es la que más me llama
pues demuestra porte y por ser esbelta y alta
le cae del cielo lo que el día le da y la noche le trae en negras sayas.
Finaliza la visita en una explanada
con cañones que ya no lanzan algaradas
y turistas que miran a la lejana playa
donde las gentes desde buena mañana se bañan.

Autor: José Vicente Navarro Rubio

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