Hasta aquel lugar remoto casi perdido
en una mancha eterna de paisajes comidos por las semillas de trigo,
entre aguas ausentes que se iban hacia otros paraísos,
de enero a diciembre: doce meses de un tiro,
allí el hambre se quitaba a mordiscos
que daba la vida a esos seres pequeñitos
que por haber nacido en la tierra de sus antepasados eran herederos de ese gran yugo
que los arrastraba a la servidumbre perpetua con la tierra y sus dueños: amos, mal nacidos.
Pobres los hombres, pobres las mujeres, pobres los padres, abuelos, tíos e hijos
solo los ricos tenían derechos a un trato distintivo
en aquella tierra, la Mancha, mancha eterna que quemaba de lo lindo
a los pobres labradores nacidos
para no ver de la vida más allá de lo que atina a ver un perro sometido a la vara de su dueño
y al verdugo tierno que les crece a los olivos
allí donde su tronco toca con la tierra y crece como si fueran, ramas sin sentido,
hijos que no darán fruto.
Pobres las mujeres con sus soledades y sus lutos
siempre vestidas de negro pues la vida les quitaba muy pronto lo más querido
sin venir a cuento y como se cuenta en algún libro con conocimiento del Altísimo.
En esos pueblos, Pinarejo, en la provincia de Cuenca, el mío,
al igual que en todos los pueblos y camposantos habían sepulturas de todos los tipos
pero las que más en la tierra dura sin más adornos que un pequeño montículo de tierra
y una cruz de hierro indicativa de que debajo estaba una hija o un hijo de algún conocido.
¿Qué les digo? ¿Por qué me siento tan abatido?
Hablo de lo que siento y lo digo a sabiendas de que no me voy ni un milímetro
de lo que es una verdad que clama por las noches a gritos
y llama a las puertas y ventanas pidiendo entre suspiros
que alguien diga lo que el viento canta como ruiseñor muerto de frío
en los inviernos crudos con la nieve pegada a las alas y en el pico
la muerte oliendo a almud de trigo.
Alejada de mi esa historia que les cuento ahora les digo que me siento bendecido
por lo que me ha dado el destino
todo a base de esfuerzos y de ese instinto primitivo
de que solo el que persigue una meta consigue su objetivo.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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