Martes por la tarde. Quedan esperanzas:
I
Salvemos a Excalibur
de esa muerte cierta
que la justicia ciega
aplica con el rigor que le viene a cuenta
de convertir el amor
por él
de una pareja
en una tragedia.
Espada, rayo,
que no cesa,
liberada la venganza
de la piedra,
ex calce liberatus,
suena
su nombre
y golpea,
como espada centelleante,
su muerte,
sobre nuestras conciencias.
¿Quién pudiera
salvarte de ese destino que se cierne como una negra tormenta?
Tú que solo esperas
la vuelta
de tus amos,
que no llegan,
con la alegría en la cara y en las manos la caricia que suaviza tus carencias.
Suena
la solidaridad eterna.
Se cierne la tragedia
Y
la mano que aprieta
Y
el liquido que discurre por las arterias
Y
la vista ya convertida en la oscuridad de una cueva
Y
aquellos que mandan y dictan
sentados ante una mesa
al dictando escribiendo una mala esquela.
Preludio de ópera
a muerte que incomprensiblemente llega
entre puentes de vetustas piedras,
aguas limpias que reflejan nuestras miserias
y ausencias de caridad, que quedan,
tan hondas,
como un eco sin respuesta
en el fondo de ese pozo que es nuestra conciencia.
Miércoles por la mañana. Nubes y tormentas del cielo bajan:
II
En marcha la maquinaria,
como el zapato
que nos aprieta,
como todo aquello,
como la belleza plástica
de Excalibur
asomado con todas sus fuerzas
a unas rejas que del mundo le separan.
Excalibur no sabe,
no tienta
lo que a su alrededor
de él se piensa,
ni sabe
el por qué
la casa vacía le aprieta
tanto o más que el ébola
ese que mata.
El proceso de Excalibur
pesa
tanto como una moneda
cuando el hambre zampa a sus anchas
o tanto
como el de aquella novela
en la que Franz Kafran
reflexiona sobre su propia existencia
sin saber porqué se le reclama.
En ese filo de la navaja
entre la vida y la nada
siempre ganan
los que usan de la fuerza
de la razón insana
sobre la que descansan
para imponer su criterio
a las bravas.
Miércoles por la tarde: Excalibur continua en casa:
III
Poco a poco, o nada,
se marcha
la esperanza
y queda
ya
la tarde
pasada
y
la noche consumada
el eco
de lo que suena
y la llama
ya
apagada
de esa posible
esperanza.
Excalibur, espera,
aguanta,
nunca estuvo tan lejos
de quienes le aman
ni tan cerca,
cogido al asa,
del mundo
que sobre el se lanza
para protegerle
de esa muerte asegurada
en papel timbrado din A4,
por una cara.
¡Que fácil en España
como a un perro se mata!
La prensa anuncia la muerte de Excalibur. Todo se acaba:
IV
la eutanasia
que cara,
vestida de negro
y con cola larga,
como si quien tiene que sufrir de sus garras,
por la fuerza del edicto que manda,
supiera
que el hilo de luz
que en los ojos le brillaba
no fuera otra cosa
que la vida misma,
esa que sale de las entrañas
y se marcha.
Se llama eutanasia
la que a Excalibur mata,
para lo que se quiere
su nombre convertido
en una grave falta
y para lo que por Decreto se señala
en una cruel e innecesaria
cacería barata.
Me despido con pocas ganas:
V
Presiento que una sentencia se cierne sobre mí
y que moriré sin un último abrazo
¿no se el por qué?
de ese miedo, el que yo despertaba.
De mi familia se
que hace unos días desaparecieron de la casa,
sin decir nada
y que como siempre me dejaron los juguetes junto a la cama,
comida y agua.
Algo no va bien,
intuyo que algo pasa,
nunca la ausencia fue tan larga.
Oigo gritos,
me llama la atención como corean mi nombre,
veo en sus caras algo que no me agrada,
huelo a la muerte con desgana.
La gente se arremolina junto a la casa,
llegan furgones brindadas
y de ellas bajan
tipos de caras alargadas
tocados con gorras y porras largas,
mientras algunos señalan hacia la casa.
Yo miro por el balcón,
me gustaría jugar,
y pasear entre los árboles como todas las mañanas,
no entiendo nada,
me falta mi familia,
todo me falta.
Hoy han subido hasta mi casa,
parecían astronautas,
era un grupo de personas
y como si en ella
hubiera vivido un nido de ratas
todo ha quedado convertido,
sin muchas artes y mañas,
en un escenario de película de Berlanga.
Me queda poco tiempo,
así me llega en una sonata,
a sentencia de muerte firmada,
pues así lo manda la eutanasia.
Muero por ser perro,
porque mi voz ladra,
por no tener derechos
y porque la sociedad así lo manda.
La prensa anuncia la muerte de Excalibur. Todo se acaba:
IV
la eutanasia
que cara,
vestida de negro
y con cola larga,
como si quien tiene que sufrir de sus garras,
por la fuerza del edicto que manda,
supiera
que el hilo de luz
que en los ojos le brillaba
no fuera otra cosa
que la vida misma,
esa que sale de las entrañas
y se marcha.
Se llama eutanasia
la que a Excalibur mata,
para lo que se quiere
su nombre convertido
en una grave falta
y para lo que por Decreto se señala
en una cruel e innecesaria
cacería barata.
Me despido con pocas ganas:
V
Presiento que una sentencia se cierne sobre mí
y que moriré sin un último abrazo
¿no se el por qué?
de ese miedo, el que yo despertaba.
De mi familia se
que hace unos días desaparecieron de la casa,
sin decir nada
y que como siempre me dejaron los juguetes junto a la cama,
comida y agua.
Algo no va bien,
intuyo que algo pasa,
nunca la ausencia fue tan larga.
Oigo gritos,
me llama la atención como corean mi nombre,
veo en sus caras algo que no me agrada,
huelo a la muerte con desgana.
La gente se arremolina junto a la casa,
llegan furgones brindadas
y de ellas bajan
tipos de caras alargadas
tocados con gorras y porras largas,
mientras algunos señalan hacia la casa.
Yo miro por el balcón,
me gustaría jugar,
y pasear entre los árboles como todas las mañanas,
no entiendo nada,
me falta mi familia,
todo me falta.
Hoy han subido hasta mi casa,
parecían astronautas,
era un grupo de personas
y como si en ella
hubiera vivido un nido de ratas
todo ha quedado convertido,
sin muchas artes y mañas,
en un escenario de película de Berlanga.
Me queda poco tiempo,
así me llega en una sonata,
a sentencia de muerte firmada,
pues así lo manda la eutanasia.
Muero por ser perro,
porque mi voz ladra,
por no tener derechos
y porque la sociedad así lo manda.
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