lunes, 23 de diciembre de 2019

DIONISIO CORREAS Y AQUELLOS ASILOS/ORFANATOS DE LA ESPAÑA DE HACE UN SIGLO



Espeluznante para los ojos de un contemporáneo vendrían a ser las imágenes de los niños abandonados y de los pobres de solemnidad abandonados en los asilos/orfanatos de la España de otras épocas. El relato que se recoge a continuación tiene que ver con estos hechos y es contada por alguien que lo vivió de primera mano y que hizo lo que estuvo de su parte por cambiar esta situación y poner a España a la altura de otras naciones europeas.
  Imagen del registro

En el archivo de la fundación Pablo Iglesias se encuentra la siguiente información relacionada con  Dionisio Correras:

Maestro nacional. Obtuvo el título en mayo de 1914 en Madrid. Iniciado en la masonería en 1920 con el nombre simbólico de «Sócrates», perteneció a la logia «Ibérica» de Madrid, donde alcanzó el grado 3º. Fundador de la Asociación de Maestros laicos de Madrid y posteriormente de la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza (UGT). Asistió al XIII Congreso de la UGT en 1918 como delegado de los profesores racionalistas de Madrid; al XIV Congreso en 1920 y al XV en 1922 como delegado de la Asociación General de Maestros de Madrid y al XVII Congreso en 1932 como delegado de la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza, en nombre de la cual formó parte de la Comisión de designación de ponencias. Afiliado a la AS de Madrid. Perteneció a la redacción de El Socialista siendo responsable de la sección La escuela y la vida. Representó a la AS de Palma de Mallorca en el XII Congreso del PSOE en 1928. Maestro y subdirector del Grupo Escolar Francisco Ruano de la calle La Florida de Madrid. Director del orfanato El Pardo. Fue Consejero de Instrucción Pública y responsable de colonias infantiles en Levante durante la guerra civil. Condenado doce años y un día de reclusión. Fue separado del servicio por el Ministerio de Educación Nacional y anulada esta sanción en octubre de 1948. Estuvo en el exilio pero regresó a España, falleciendo en Madrid en 1958.  [Corresponde al nº 471 del DBSE 1879-1939] 

Fuentes: AM/M (Padrones); AGA/AH (Educación); Archivo Andrés Saborit Colomer (Fichas/FPI); CDMH/Salamanca (Masonería); ES 30.VI.1928; Memoria XII Congreso PSOE 1928; Dirigentes de UGT (FPI); A. SABORIT. Recuerdos… ES 26.XI.1953 

El relato de los hechos tiene que vr con los asilos de "El Pardo" y lo firma Dinisio Correa:
Grabado antiguo (1869) - Xilografía - Asilo De "San Juan" Para Pobres En El Pardo (12x20.5), Laporta


Creando un Orfanato Siete meses llevo en el Asilo. Ya desapareció el recelo hacia mi por parte de los niños. Conseguí hacer imposible la existencia de los cabos de vara. Aquí no pega nadie. Es decir, sí, pegan los niños mayores a los más pequeños. Durará mucho tiempo esta propensión a lo violento. En el ambiente flota lo atávico y se murmura cobarde y silenciosamente acerca de las nuevas teorías importadas por este señor que nos ha traído el Patronato, y que pretende, ¡desdichado!, arreglarlo todo sin pegar. "Hace falta palo, mucho palo", dicen los viejos y aun los que para desdicha nuestra y del Orfanato ejercen indebidamente cargos de responsabilidad en aquella casa. En el fondo, es la eterna lucha entre el espíritu moderno y el espíritu viejo. 

Traslado de locos y ancianos 

Pero ya van quedando pocos ancianos, pocos idiotas. El Patronato no quiere que esto sea un vertedero humano. Hoy se llevan a Zaragoza diez dementes. Mañana enviarán a un Asilo de Toledo seis ancianos. Y lo curioso es que protestan del éxodo cual si partieran de la tierra de promisión hacia el desierto. Los señores Selgas, Morente y Calandre se desviven por buscar acomodo a los viejos. Tan laudable tarea no les será agradecida suficientemente a estos señores. Queda resuelto, pues, un gran problema. Todos estos viejecitos han ido aportando el tesoro de su experiencia a este Asilo. El Sr. Pedro, el zapatero, conoce muy bien el sabor exquisito de los lagartos y de los grajos asados. Otro, ya difunto, divulga las excelencias del alcohol para combatir las bajas temperaturas invernales. Muchos más evangelizan a aquella muchedumbre infantil y adulta contra el peligro del agua, tolerada solamente y a forciori por vía bucal. 

Ya no se verán más, al atardecer de cada domingo, calles y plazas, corredores y patios poblados por gente s ebrias; ancianas que muestran en plena embriaguez sus vergüenzas a niños y jóvenes. 

¡Oh, respetable ancianidad! Huye de todo contacto con los niños. 

Solidaridad El comercio de niños y ancianos fue nefasto. Estos últimos enseñaron a los niños el uso de ganzúas. 

Son inevitables las travesuras. Me traen dos muchachos mayores a quienes sorprendieron sacando comida del establecimiento. Vienen conducidos como malhechores, y quienes lograron aprehenderlos me muestran complacidos la presa. No necesito inquisiciones muy reiteradas. Los muchachos me dicen la verdad. "Hemos sacado comida—me confiesan— para dársela a unos compañeros nuestros. Se trata de aquellos muchachos expulsados en 1931 que intentaron asaltar la casa del administrador, heridos por el mal trato que se les infligía. Son siete hospicianos. No tienen familia ni experiencia del mundo. Solos y desamparados, viven de la solidaridad que les prestan unos compañeros asilados. Duermen en el monte y comerán cuando alguna mano amiga y compañera de infortunio hurte para ellos algunas viandas en el Asilo, 

Cierto que los muchachos procedieron insinceramente. Pero ¿podría esperarse otra cosa? 

¡Oh, manes del general! ¡Cómo claman venganza contra estos muchachos los propugnadores del orden! Los del calabozo, los que utilizaban como enterradores a niños de catorce años. 

N o; yo no castigaré a estos muchachos. Hubiera hecho en todas circunstancias algo análogo. Tienen, pues, buen corazón. 

—Habéis obrado mal—les digo severamente—, no en ayudar a vuestros compañeros, sino en hacerlo a espaldas mías. Otra vez deberéis pedirme permiso. 

Y desde entonces el ejercicio de la solidaridad pudieron realizarlo sin acudir al hurto. Poco a poco, los muchachos expulsados fueron encontrando ocupación como peones en las carreteras. Y la gratitud de los hospicianos hacia mí fue creciendo, 

¿Tendré yo padres? 

Esta pregunta se la formulan los doscientos chicos hospicianos. Y con más insistencia los que se acercan a los veinte años. Es una obsesión muy explicable. Periódicamente, cada semana, cada mes, vienen familiares o deudos de algunos niños a proporcionarles la alegría de una visita, el consuelo de un beso o la satisfacción de no saberse solos en el mundo. 

jAh!, y les traen algún amable obsequio: naranjas, plátanos, caramelos, dinero... 

Y junto a estos niños afortunados hay otros a quienes nadie visita, obsequia o besa: son los del Hospicio. El contraste es fuerte y la huella en el alma de estos últimos, demoledora. ¡Con qué codicia contemplan loa obsequios hechos a otros niños y que a ellos nadie les hará! ¡Qué amargura les producen las caricias prodigadas a otros compañeros y que ellos no gustarán jamás! 

Por eso la preocupación de estos chicos, preocupación obstinada, está en averiguar si viven sus padres. Llego a interesarme por este problema. Los huérfanos mayores, los de dieciocho años, me piden que les facilite la partida de nacimiento. He de buscarla en el Juzgado de la Inclusa. Unas veces con el simple detalle de la existencia de un testigo puedo averiguar el paradero de la madre de un niño. Y entonces, ¡qué alegría y qué conflicto! 

Alegría, porque entonces se despierta la esperanza, y conflicto, porque todos me abruman con sus peticiones. 

¡ Ah ! Ya hemos encontrado a la madre de un niño. Vive en el Puente de Segovia y es asistenta. Ignoraba la existencia de tal hijo. Cuatro meses después de entregarlo en la Inclusa le dijeron que había muerto. Y no volvió, resignada, a ocuparse más. Pero ¿qué ocurrirá—me pregunto—, cuando madre e hijo se encuentren, ya puestos en relación por mí? Esto y, verdaderamente intrigado. 

Y llegó el momento. No hay duda en los datos de orden civil, menos aún en los fisionómicos. No se produce la escena patética esperada por mí. Encuentro frío, suspicaz, protocolario. No importa. La madre se lleva al hijo y el afecto nace después. Ya son felices el uno junto al otro. 

Pero este hallazgo me depara nuevas y numerosas inquisiciones. Los jueves paso tres horas en el Juzgado. Nuevos éxitos: un niño, dos tres..., diez, han encontrado a sus padres. 

¡ Ah!, y me entero de un hecho curioso. En el Asilo viven tres hermanos y sólo dos se conocen como tales. Y llevan conviviendo en la misma casa cinco y más años. 

Hay, sin embargo, casos desesperados. Niños que no encontrarán jamás a sus padres. Yo no se lo diré nunca. Echaré la culpa al escribano, que es un haragán, o a los testigos, a quienes he escrito y no me contestan. No llevaré la desesperanza a estas almas necesitadas de cariño. Ya tengo autoridad 

Sí, tengo autoridad. Mucha más que mi antecesor el general. Nadie m e la ha dado. He tenido que ganármela día por día. Y debo insistir en esto porque es un tema educativo. No hay sublevaciones, plantes, asaltos de edificios, agresiones. He prohibido los castigos corporales; pruebo todos los días la comida que se da a los niños; cuido personalmente de la limpieza corporal; no tolero el uso de vestidos rotos o desproporcionados; cualquier queja la atiendo con solicitud; niños y adultos se sienten defendidos por vez primera. Hice desaparecer el carromato cochambroso de hierro guarnecido por los restos de comidas anteriores. Lo substituyo por relucientes soperas de aluminio. Ya nadie es portador de la libreta del pan en el pecho. Se les sirve a la mesa, partido en pedazos, en cestitas de mimbre. Y alcancé hasta lo que se estimaba quimérico: que cada niño tuviese su vaso de aluminio para beber sin machacarlo o perforarlo con un clavo, en vez de saciar la sed en el grasiento caño de la fuente. 

No cubre el pavimento de los refectorios un sucio tapiz de restos de comidas y pendientes de clavos unos paños hacen el oficio de servilletas. ¡Ah ! Y se ha mejorado la comida. Desapareció el empedrado. Y aquellas vagas noticias que los acogidos tenían del pescado, de los huevos, adquiridas acaso mediante lecturas, tienen plena confirmación en la realidad. Y las sopas del desayuno se han substituido por café con leche. 

¡Qué bien se come—dicen—; ahora sí que se puede vivir! 

Veo que la gente me quiere y me respeta. ¿Quién ha dicho que estos muchachos son malos?

Recopilación a cargo de José Vicente Navarro Rubio

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