Ahora se dice:
Los alumnos españoles se hunden en ciencias. Los resultados de PISA 2018 (la prueba de la OCDE que mide las competencias de los alumnos de 15 años en ciencias, matemáticas y comprensión lectora) muestran los peores resultados en ciencias desde que arrancó el test en el año 2000, con 483 puntos de media (13 puntos menos que en 2013). En matemáticas los resultados están estancados; la media ha sido de 481 puntos, cinco menos que en la última edición de 2015, cuando se alcanzó el mejor resultado de la serie histórica. En ambas disciplinas, los españoles están por debajo de la media de la OCDE, de 489 puntos. Lejos de una lectura derrotista, los responsables de PISA consideran que España está entre los 13 países de 79 que no han experimentado cambios relevantes
En su día se dijo:
PISA parte de tres supuestos que deben ser analizados y cuestionados:
Supone, haciendo gala de un colonialismo pedagógico sin precedentes, que es posible que un conjunto de especialistas puedan definir las competencias fundamentales que son necesarias para enfrentar los retos y desafíos de la supuesta “vida real”; esto es, la competitividad económica, las demandas y necesidades de consumo, participación y bienestar. El presupuesto de PISA es que existe un único mundo (no hace falta adivinar de qué color), un única cultura, un único modelo de bienestar y una única forma de insertarse productivamente en este mundo. Ese ideal de mano única puede y debe ser sintetizado en un conjunto de competencias necesarias para transitar sin tropiezos hacia esa meta a la que todos aspiran a llegar: el éxito económico. Cuando en el mundo casi todas las religiones se acostumbraron a aceptar que la diversidad religiosa era inevitable, PISA nos impone la monogamia cognitiva más brutal y autoritaria. En la escuela hay que aprender un conjunto de cosas que son fundamentales para cualquier persona en cualquier lugar del planeta, tan fundamentales que es posible idear una prueba de alta complejidad que pueda determinar el grado de dominio de esas competencias a escala mundial, organizando un ranking de países en función del éxito o del fracaso que experimentan sus alumnos en apropiarse de esos saberes. Los mejores triunfarán, los peores fracasarán. Nuevas retóricas para viejas realidades.
Supone que el grado de eficacia de una institución educativa y, por efecto aditivo, de un sistema escolar, puede determinarse mediante una instantánea, una fotografía tomada en un determinado momento de su trayectoria, la cual sintetiza en sus trazos, todos los atributos e informaciones necesarias para juzgar la productividad, eficacia e impacto de las acciones que en él se desarrollan. Un instante capaz de reflejar el todo, mediante indicadores numéricos de rendimiento. La prueba, en este sentido, posee una verdadera aspiración mística: es la evidencia del milagro que la ciencia de la evaluación nos ofrece. En algunas pocas horas, algo más de 500 mil jóvenes de todo el mundo respondrán una encuesta y realizarán una prueba. Esos papeles garabateados resumirán el grado de desarrollo de los sistemas educativos a nivel mundial y generarán debates pasionales acerca del presente y el futuro de nuestros países, derrumbarán ministros, harán entrar en la gloria del Olimpo pedagógico a naciones inimaginadas, nos dirán quiénes podrán salvarse y quiénes estarán condenados a la vergüenza del purgatorio.
Supone que la evaluación de un sistema es requisito necesario y suficiente para ofrecer la solución a los problemas que el sistema enfrenta. En suma, que los resultados de las pruebas y los datos aportados por la encuesta nos brindan los elementos necesarios para definir las acciones correctivas que debemos aplicar para mejorar el desempeño de nuestras instituciones escolares. Por otro lado, aunque suele alertar sobre los riesgos del mal uso del ranking, la OCDE utiliza la jerarquía en los resultados de rendimiento como un efecto pedagógico de demostración que estimula la competencia, el deseo de mantener las posiciones alcanzadas y superar los problemas puestos en evidencia. El ranking educa, forma, construye un ethos, orienta, conduce.
Estos supuestos constituyen los tres pilares de la razón jerárquica: el colonialismo cultural y el idealismo pedagógico; la aberración metodológica de la subordinación del todo a una parte: y, la naturaleza normativa y prescriptiva de los resultados de una prueba artificialmente estandarizada. PISA es un emblema de los extravíos y delirios a los que nos somete la razón jerárquica en el campo educativo.
¿Con que nos quedamos?
Recopilación a cargo de Jose Vicente Navarro Rubio
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