Hoy es un día
de esos que marcan,
el calor en Pinarejo mata
como si fuera una guadaña
que siega lo que pilla
sin importarle lo que pasa
más allá de donde el manda.
A estas horas
de siestas prolongadas
se oye el cantar de las aves
desde las ventanas,
algo así
como si la tarde estuviera impregnada
de olores profundos
a leña quemada de carrasca.
Desde la lejanía
uno ve la Plaza
quieta y parada
sin nadie que transite,
sin nadie que vaya
de un lado para otro
prolongado sombras innecesarias.
En días como estos
en las eras se aventaba
el grano y las granzas,
bajaban los niños corriendo
la calle que llevaba
desde la iglesia hasta más allá de la Plaza
mientras las niñas jugaban
a la comba y a adivinanzas.
Se oye una canción
que por el aire se traslada,
es tan vieja
que suena a himno patria.
Y entre que la tarde pasa
llega una algarada
a letra campechana
en la tarde
a un verano robada
en Pinarejo
solo hace falta,
que llegue la noche,
que los calores se vayan,
que las gentes salgan
de sus casas,
y que vuelva,
hace falta,
a llenarse el pueblo de fiesta
para Santa Ágüeda.
Recuerda uno
los días de fiesta
de aquella España espartana
de alpargatas de goma
de albarcas
de telas raídas
de turrones que se vendían en las plazas,
de galeras engalanadas
para ser lugar de plaza
a la espera de que salga el toro
y que alguien llevado del valor
que a otros les falta
se lance al ruedo
para dar
con templanza,
un par de pases,
los que hagan falta
con tal de que nade pase
y así poder recordar la hazaña
de quien siendo valiente un día
hizo que en Pinarejo saltarán
oles tras grandes
que en el espacio resonaban
a fiesta y jarana.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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