Todos vivimos inmersos en el cieno
intentando tocar con los dedos
el fondo de las charcas, para ver si
la tierra revelaba los secretos
del por qué se nos negaba
lo que tenía el resto de pueblos.
Era como si un pecado inconfeso
fuera el culpable y por todo ello
hubiera un gran duelo
que se tenía que cumplir,
bajo amenazas y con miedo.
Las estacas no eran de goma.
los truenos no venían del cielo.
El dictador era de `piedra
y sus ministros borregos,
los militares los bien pagados
y el clero con su moral
el candado que nos encerraba
en nuestros adentros.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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