En un día de compras
aprende uno
a conocer al otro,
a ese ser que tienes enfrente
que intenta complacerte
hasta en los más mínimos detalles,
esos que de normal
desapercibidos pasan
sin darles
importancia la mayoría de las veces.
Mi peluquero sabe de mi mucho
y yo se de lo suyo,
habla como si tuviera
doble hilera de dientes;
la farmacéutica cuando me ve me reconoce
siempre lo mismo
da para este tipo de roces;
la dependiente de la frutería
nada más verme ya sabe
que los tomates me gustan
de temporada,
las peras de agua
y los higos chumbo de remate.
La florista sabe de mis aficiones,
ramo de flores,
rosas rojas y claveles;
la pescadera me guiña un ojo
y con cara de pescadilla
me vende lo que quiere;
la pastelera entiende de mis gustos,
dulce de chocolate
y cabello de ángel;
el carnicero atiende a mis caprichos
y me vende la carne
tal quiere,
nunca me da gato por liebre.
Y así de compras se nos va la tarde,
entretenido en esos quehaceres
que sirven para descongestionarse
y ver el lado bueno
de la vida en estado de equilibrio estable.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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