La noche dio pasó al día
y como la humanidad viene observando
desde hace millones de años,
el día se trasladó a la noche
en un ritmo seguido
sin más furia
que la fuerza interior de los poetas,
para trasmitir lo que ven,
con esa especial delicadeza
del escultor que transforma
una mena de piedra granítica
en una estatua bella.
No hay ahora candelas
que iluminen mi ir y venir por este poema,
solo hay sonidos que me llegan
desde una cercana escuela,
madres que se van
y tareas que comienzan,
con la tabla de multiplicar,
con expresiones que en el aire intentan
llegar alma de los que escuchan
que hay que repartir lo que se tenga.
Aquí sentado en una silla recojo,
un poco de todo,
simientes con que plantar este poema
antes de que llegue el verano
y se seque por falta de agua y exceso de verbenas.
No me cunde el pánico
yo ya eche la directa
se que hay curvas en la vida
e infinitas rectas
y se porque me lo cuentan
que al final del camino si no hay una arboleda
se puede volver atrás
a marcha muy lenta.
Bueno de todo un poco
ahora suena una sierra
que corta un azulejo,
que me eleva
a esa quinta potencia
que tienen los poetas
para cuando no están de fiesta.
Esto que ahora hago queda
de forma permanente enterrado
en una vieja bodega
donde guardo los caldos más selectos,
digamos que este poema
es de una reserva joven
con olores a madreselva,
su tallo es robusto
y sus flores acariciar se dejan
para cuando pasan las las lunas,
en el cielo hay un rebaño de estrellas
y un pastor el sol
que se las lleva
camino de las altas cumbres
allí donde las caricias son más tiernas y frescas.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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