lunes, 29 de julio de 2024

 

El día ayer no fue bueno 
y podría haber sido peor
 si la ola que llegaba 
hubiera ejercido la fuerza 
de un potente avión.

 Pero era una ola pequeñita 
parecía hecha con espuma de jabón, 
llevaba en su cresta enroscadas caracolas 
y para cuando hasta la costa llegó 
aterrizó con tal suavidad que atinó, 
a mojar mis pies 
mientras yo miraba un rayo de sol 
que no me dejaba leer un poema de amor. 

Me quedé quieto, 
miré a mi alrededor, 
vi a unos niños jugando, 
a unos padres saboreando 
un bocadillo de jamón, 
por allí unos enamorados 
se decían de esas cosas 
que quien las oyó se las calla 
por eso de ser medido en “to”. 

Un día grande es este 
que ante mi despertó,
 con esos calores del verano 
que se meten hasta el último rincón 
de los pliegues del bañador. 

Observó la nitidez del día, 
pasa un yate que parecía 
una de las carabelas de Colón, 
no se ven piratas, 
yo soy de todo lo que se ve 
en una milla alrededor, 
el único que usa la mente 
para escribir aquello que con su vista vió. 

La vida es un disparate,
 digo yo,
 que por qué las olas vienen a morir 
hasta las orillas 
donde no hay más pasión 
que la de ese par de enamorados 
que se entretienen jugando,
 entre fragante candor,
a ser yo de ti y tú de yo.

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