Me fui,
me aparte de la rutina
y me acerqué hasta un barbero
amigo mío,
natural de la Argentina,
residente en España
que mientras me arregla el pelaje
me suele ofrecer un mate
que él prepara
con una paciencia infinita.
Cada poco tiempo,
me arreglo el bigote,
la cabellera y las patillas
y me quedo como nuevo,
hasta que todo vuelve a ser
como antes de ir a la barbería.
Es mi existencia,
algo parecido
a un estar sin estar,
junto al único amor
que tuve y he tenido en mi vida.
Buen barbero es este,
que te recibe casi de puntillas,
con el peine en la mano
y una gran sonrisa.
Aunque nunca mi amigo
fue barbero
en la ciudad de Sevilla,
usa las tijeras
al estilo de una guillotina
y la navaja de afeitar
a las mil maravillas.
Cabello que por delante
mi barbero pilla,
se va a la otra vida,
sin darle tiempo a despedirse
de su familia.
No se el cómo ni el por qué
mi barbero se jubila.
Me dice
en medio de una tristeza
muy contenida
que lo hace en su país de origen,
la Argentina
y que al cambio,
vaya birria,
le quedaran doscientos euros,
después de estar toda la vida
dale que dale a la maquinilla
trasquilando cabezas
y afeitando barbas
de un tamaño desmedidas,
entre días más días,
el solo con su rutina
en una barbería junto el mar,
oyendo conversaciones
entorno al fútbol y a la política.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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