He roto este trozo de tiempo
para escribir esto
que aquí se puede leer,
y que mañana ustedes tendrán
a su vista sin necesidad de salir de casa
ni de abrir libro alguno,
ni de levantarse de donde estén.
Nuestras vidas se componen
de estas pequeñas cosas,
casi aperitivos
que en todo degustamos sin prisas.
Es una melodía extraña
la que llega desde la calle,
ya todo se ampara en la existencia misma
de todo lo que nos llena,
lo conocido y desconocido
gambando a sus anchas
y es que ayer me dijeron
que un conocido,
de esos que vez de cuando ves
en unión de otros amigos,
se estaba muriendo.
Yo creía que era marinero,
así él creo se se expresaba,
como hombre de mar diestro
en salir por la chicana de los puertos
con rumbo hacia la mar
en femenino,
para observar de ella sus senos y sexo.
Hablaba con ese saber
de quien se ha pasado toda la vida
en medio de una alta mar juguetona
resucitando para nosotros de ella
esos bonitos lugares
donde los barcos calan
para allí lanzar a la mar las redes.
Y es que este conocido se muere
y para cuando yo dije,
con total abatimiento,
se va con él un gran marinero,
todos me miraron con cara
de extrañeza
hasta que alguien contestó
¿ Qué dices?
el trabajaba en una funeraria
de tanoestético, maquillaba muertos.
Y es que así es la vida.
De lo que uno cree
porque así se lo cuentan,
a lo que uno se cree
porque uno mismo lo cuenta,
solo hay un pequeño paso,
en este caso y para cuando se cierra
este poema tan lleno de vida,
es la muerte la que preside
la existencia misma
de la negación de lo que somos.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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