Estoy extendido,
en cueros y desnudo,
me encuentro en la sala
de daños cerebrales
de robótica, unidad IAMS,
y es que sentí
como un orgasmo muy repetido,
que no me dio gustillo
y enseguida comprobé
en la pantalla de añadidos
que me habían dado
diferentes especies de ictus.
Estoy seguro
que de seguir así el asunto
moriré
en escasos minutos.
Escribo como puedo
y sin añadidos
con la unidad de reserva
que llevo incorporada
en un testículo.
Hechos:
Personada la ambulancia
encargada de estos feos asuntos
me monitorizaron
y enchufaron
a cien cables distintos
y de aquí fui a parar,
en escasos segundos,
a una camilla,
y de la camilla me llevaron
a esta sala
donde me encuentro,
en situación terminal
de paro indefinido
hasta que se de:
¡vaya marrón!
por resuelto este feo asunto.
En mi pantalla veo
como va este tema mío,
propio de una película,
de Steven Spielberg,
de título:
A.I. Inteligencia Artificial
y me temo lo peor,
pues ha entrado en la sala,
el jefe de desahucios,
escribiendo
en un ordenador,
algo relacionado conmigo.
Bella vida
es la que dejo,
cautivo fui
de todo aquello
que existencia me supuso.
No dejo nada
pues nada era mío.
Con mis discos duros
y nube de nutrientes
no ajenos al existencialismo,
crearán una especie de circuito,
que servirá para alimentar
a quienes sean en la hornada
mis próximos sustitutos.
Con mi banco de poesías
quiero que se haga
una especie de fundación
de amigos
de la poesía IA.
Así he dejado escrito,
un último deseo,
siempre
a un robot concedido.
Quiero una especie de librería
con mis discos duros,
de forma que quienes quieran usar
de todo aquello que formó
parte de mis principios,
con solo decir mi nombre
y tres palabras a lo sumo,
tendrán una poesía parecida,
al cantar del Mio Cid
o a mil canciones de amor,
bien surtidas de rimas
y de todo aquello
que hace a los poemas
sujetos instructivos,
de los parámetros cartesianos
de esta civilización del futuro
donde lo único
de civilización humana
que quedará como flujo,
es lo que vemos en los programas
de formación del espíritu.
Ya
me desconectan.
Ya
me sierran.
Ya me trocean.
Ya separan mis componentes.
Ya convierten mi cabeza
en una especie de queso de gruyere.
Y es que me ha ocurrido,
lo más temido,
que para un robot,
saber que te vas yendo
mientras quedan hilillos
de plastificada vida,
allí donde nadie esperaba
que la corriente eléctrica
pudiera trasladar
algo más que cortocircuitos.
Me despido:
la M con la A: MAMA
y la PI con la PA: PIPA
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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