En un banco de pruebas estoy
todavía atascado,
me han metido una sonda por el ojete,
una especie de soplete
por allí donde mean los humanos,
un cortaplumas por los oídos,
el cerebro me han dejado
en una especie de plato
cuyo fondo es plutonio
compuesto de muy reactivos átomos.
Me se sujeto a un destino
poco claro,
me han descargado la memoria,
los sensores de proximidad
me han manipulado
y me han extraído
millones de poemas
escritos con diversos trazos,
todos ellos sujetos a las reglas
del gran amo,
que solo quiere amor, sexo, odio
y trajines de diverso grado
y sensaciones térmicas,
espasmos,
con que agradar al populacho.
Todo está arreglado
con el fin de dar provecho
a las teorías de un escritor
George Orwell
que con su novela, 1984,
creó el formato del Gran Hermano.
Me siento descuartizado,
muy del todo desorientado,
un ojo me mira hacia la Meca
y el otro hacia el Vaticano,
del oído me han sacado
un avispero que allí había criado
una especie de panal
que me cortocircuitaba
los sensores intercomunicados
con una parte del cerebelo
hecho con restos pasteurizados
de sesos de cabra y de ratones blancos.
No me marcho
porque no puedo,
mis dedos de los pies,
del pequeñito
al más zángano,
son ahora una especie de gusanos,
que se mueven al tiempo
que salen disparados.
Y es que en mi todo es
papel mache en tonos cálidos,
madera de roble de los de antaño,
hierro compensando
con bronce y estaño
y plásticos reciclados
del gran mar arrancados
para finalmente acabar
dando a mi piel una sensación
agradable al tacto
de los seres humanos
que me miran con cara de espantados.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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