Me gustaba porque su poesía
era la vida misma,
algo parecido a un relato
que dependía
de esas cosas que salen
en el día a día,
de las personas
que se sienten poesia
y por eso
todo lo que hagan
y digan,
es pura aritmética
reconvertida
en palabras medidas
y cimentadas
para construir sobre ellas
especie de aljibes,
de los que sacar
el ritmo de la vida.
Aquel tío tenía
el don de la ocurrencia,
a su manera sabía
que su poesía gozaba
de buena prédica.
Era una especie de mensajero
llegado desde la otra vida
para contarnos la suya.
Vida que resultaba
atractiva y sucia
con escenas idílicas,
por allí las ratas,
y las putas,
las borracheras y mendigos,
los trabajos de basura,
los amigos del momento,
las ciudades malditas,
la familia con sus defectos
y sus penurias,
y todo aquello
con lo que es posible crear
ese ambiente que se necesita,
para seguir ejerciendo
de eso que se explica,
en este poema
solo autorizado
para ser leído,
por minorías,
pequeñas y diferentes,
en su color y etnias,
en sus hábitos y religión,
en cualquier cosa
que pudiera ser distinta
al romanticismo puro
que se vende
en las cátedras de literatura.
Imperan,
"en este Dios de barro,
con mirada caníbal
y vaivenes de quien se sabe
profeta
que a poca cerveza que tenga
bautiza
con tal de alcanzar un clímax",
los versos rotos
con su yema fundida
y su clara blanca
dispuesta para ser leida.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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