Se tienta en una noche
con no más luz que la de una vela
el ruido de la corriente.
Cinco dedos
que con el agua juegan.
De tal manera ruge la marabunta,
que el agua traía penas,
cañas y barro, contenedores, coches,
juguetes, esencias
de vidas enteras,
de esas que los seres humanos guardan
para dejar sobre la tierra sus señas.
La muerte
por cientos se cuenta,
pasa la corriente,
no se detiene,
levanta su cola,
se ve su cresta,
todo es barro,
todo es tierra,
agua es,
cañas secas navegan,
perdidas en un corriente
que se estrella
sobre las puertas,
ventanas,
bancos, mobiliarios,
coches que en su ruta se encuentran.
Nada se puede hacer ya,
ante lo que llega.
Un padre ve como sus hijos,
niños que su alma llenan,
son llevados por la corriente
y él sin querer se queda,
cogido a un poste,
mientras siente a la muerte
lamiendo su vida entera.
Muere la vida
y la inteligencia,
se aprovechan de la tragedia
seres sin escrúpulos,
que levantan bulos
conforme los días pasan,
y el drama continua
allí donde un pueblo se levanta
para lavar su cara,
entre el barro que sale
de entre sus pertenencias.
Llora Valencia
y lloran sus gentes,
llora la humanidad entera,
el mundo se encuentra
ante un tipo de muestra selecta,
que demuestra la fragilidad
de las ideas,
cuando estas solo están
por hacer de la barbarie
una especie de libro de insolencias
que no cesa
de propagar a su manera,
en las redes de las comunicaciones
y prensa,
que las emergencias ambientales
forman parte de una opereta
que en nada se adecuan
a los parámetros de la ciencia.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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