I
Tarde caída, ya en Cullera,
mientras los turistas
y los primeros tenderetes
empiezan aparecer en el Paseo Marítimo
convirtiéndose toda la zona en un gran bazar
como aquellos de la época de las Mil y una Noche.
Negros y negras de diferentes países
ofrecen sus mercancías
ante la mirada atenta de los turistas
que tocan las mercancías
y con ello comienza el ritual
y con ello comienza el ritual
de regatear hasta lo imposible
o no comprar si no se consigue ese límite..
o no comprar si no se consigue ese límite..
II
La tarde nos trae
con sus olores a jazmín
otra forma de ver la vida,
columpios, juegos deportivos,
y paseos desde el hotel Sicania
hasta la escollera del Júcar,
y otra vez vuelta a empezar,
como si el tiempo no contara estas son
las aficciones preferidas de los veraneantes.
las aficciones preferidas de los veraneantes.
Desde el castillo de Cullera
se divisa la bahía
y se ve al fondo una bruma espesa
que niega a la vista lo que puede haber más allá
de esos confines imprecisos
por los que deben navegar los barcos
camino de puerto seguro, aguas arriba del Júcar.
Se abre el río Júcar
en su desembocadura
como si fuera una gran mano
y a través de él entran y salen
en todo momento, de todos los días,
grandes barcazas, yates y veleros
cada uno a su antojo y gusto.
III
Diferente el día
nos trae nuevos colores
que van de un gris pardo
a un blanco radiante
que comienza a aparecer
detrás de unas nubes instaladas en el ancho mar
que hacen de visillo.
que hacen de visillo.
Son las mismas conversaciones
y los mismos ruidos laminados
por las pantalla de edificios
los que llegan hasta este rincón
perdido de Cullera
que se cierra sobre la misma montaña
como si fuera una caracola de mar.
No lejana la playa
se divisan sus aguas azuladas y tranquilas
desde ese pequeño mirador
predestinado a ser testigo
de todos los momentos,
y de aquel otro ordenamiento urbano antiguo
del cual solo quedan algunos elementos.
Vemos algunas pequeñas barcas
que parecen haber sido dejadas
sobre su superficie con especial tiento
y con una sola misión
servir de marco de fotografía.
Como si hubiera un pacto
Cullera reviene todos los días,
es por ello que las horas se encadenan
y pasan tan de prisa..
IV
Mar, torre, agua y río
albufereta, estany, y castillo,
casco urbano y rabal,
puentes, Bega y que más decir
de un territorio mutilado
por la piqueta y el cemento,
de una playa cerrada
por grandes bloques
que se acercan hasta las aguas
e impiden que la montaña
venga a ser punto de encuentro
entre las aguas milenarias
y la roca estéril
que en un ejercicio diario
de maternal cariño
venía diariamente hasta allí
donde rompen las aguas
para dar consejos y dejarse acariciar.
Todavía desde su cresta y sendas
insensibles a esta desazón
se puede ver esa perfecta comunión
que había entre la montaña y el mar,
y cuando ves fotografías antiguas
empiezas a entender lo que Cullera fue
lo que Cullera es y lo que Cullera será en un futuro.
Desde lo más alto de la montaña
los colores se hacen más brillantes,
y el mar más tranquilo,
llegando los ruidos hasta diluirse
cuando entras dentro del santuario del castillo.
V
Es la montaña la que esconde
multitud de secretos
que tienen que ver con la vida
de los hombres y mujeres de estas tierras,
y con esa historia ya muerta
de la que que quedan como fiel testimonio
algunos lienzos de murallas y torreones,
el castillo y el fortín,
y de épocas más antiguas
yacimientos prehistóricos como pueden ser
la Cueva del Volcán y otros situados
junto a la misma ladera de la montaña.
Van desapareciendo sometidos
a todo tipo de suerte
los campos plantados de naranjos
y los reservados para hortalizas
y en su lugar surguen campos vacíos y yermos
donde solo crece la maleza.
Son campos a la espera de ser pomposos edificios
que comulgan sus culpas
mostrando sus recientes heridas
en forma de tala de su arbolado
y de enterramiento de las milenarias acequias
que hacían llegar las fértiles aguas
desde las acequias madres
hasta los mismos caballones
donde las semillas esperan para germinar.
Desde el castillo se ve el mercado
y la parte más antigua de ese pueblo
que guarda como recuerdo de aquellas correrías
de los piratas berberiscos
una hermosa cueva en el lugar del faro
denominada cueva del Pirata Dragut.
Aprovechando la noche los piratas
asaltaban la ciudad y se llevaban
buenos botines por los que luego pedían
suculentos rescates.
Y así la historia se repetía con más o menos fortuna.
VI
En estas altas tierras de Cullera
intuyo de otras presencias
y no se quienes pueden ser,
ni donde están,
ni el por qué de esos lejanos rumores,
que me llegan
en estas horas de la tarde
en que ya alejado el calor
queda como elemento más común el aire.
Se muestra la sierra de Cullera
partida junto al mar
como si fuera un barco a la deriva,
a la espera de que Hércules venga en su ayuda
y una la parta de montaña sumergida en el mar
con la que quedó alzada sobre la tierra.
Domesticada por el hombre
de aquella vieja sierra queda
el rumor de su aire con sabor a mar y tierra
el rumor de su aire con sabor a mar y tierra
y viejas rocas socavadas por la lluvia
y por las fuerzas ocultas de la naturaleza.
Sierra de hombres prehistóricos
y de bellas sirenas
que por la tardes salían del agua
y subían hasta las altas peñas
para tomar el sol
y secarse las largas melenas
a la sombra de los doblados pinos
por la fuerza permanente del aire
por la fuerza permanente del aire
donde las sombras se hacen eternas.
Que agradable subir por esa larga senda
que entre curvas y pinos nos lleva
desde el santuario y castillo
hacia la parte más alta de Cullera
allí donde su nombre ésta escrito en las peñas.
Y sufrir el azote del aire y de la lluvia
y no tener defensa
y bajar de nuevo hasta la playa
empapado de agua, aire y penas.
Se retuercen coforme subimos las raíces de los pinos
y salén en mitad de la senda
y como si fueran improvisados escalones
nos ayudan a proseguir nuestro periplo
a la busqueda de ese desdentado fortín
y de ese profundo aljibe ahora seco
que permanecen allí insensibles al paso del tiempo
y a la espera de que sus ruinosas estructuras
recobren su pasada utilidad y belleza.
José Vte. Navarro Rubio
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