Ya no se si florecen
los rosales
en aquellas alamedas
de mi infancia
que me rondan
en estas horas de la noche
en los que los silencios de las horas
pesan como un yunque,
pero en mi continúan
estando vivas
y creo sentir sus perfumes
llenar los espacios
y venir a diario
en romería
hasta aquí cerca
de mi lecho
donde los altos chopos vigilan
los últimos instantes
de mis sueños.
He oído, oigo, percibo,
que ya de aquellas verdes alamedas
no queda nada.
Ni el tajo
de la sufrida rambla
que ya no es capaz
de dar agua a sus hijos,
ni los altos árboles
abiertos al cielo
que fueron sajados
y convertidos en cenizas,
ni los silencios
que venían a dormir junto al suelo
allí donde la hierba
hacia de tupido colchón,
ni los trinos
de esos pájaros artistas
que aprendieron a cantar
a base de repetir
siempre la misma tonadilla
en los conservatorios de música
de esos espacios abiertos
de Pinarejo
que circulan
por encima de los tejados
de las casas
y de las copas verdes
y apretadas
de los monumentales pinos.
José Vte.Navaro Rubio
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