Subiendo hacia el castillo de Cullera
se contempla a tiro de piedra
una parte de la bahía
y más allá del río Júcar
unas pequeñas playas con poca arena,
olor a monte y a naturaleza
continuo subiendo sin espera.
Cañones al sol
y ya lejana la tormenta
duerme la gente de Cullera
mientras un bajel de pescadores
hasta la playa se acerca.
Como si fuera una cuchilla
entra el río en la mar serena
y deja allí
donde las corrientes de agua se mezclan
su poso de arcilla y de limos
provenientes de otras lejanas tierras.
Santuario mariano de una Virgen negra
suben hasta la iglesia
a toque de campana y de tren verbenero
fieles devotos
que con sus rezos demuestran
una gran fe ciega.
Y sigo subiendo en pos de mi meta,
ya dejado el jardín colgante de Cullera
continuo entre pinos y peñas
mientras el perro ladra
y el pueblo abajo se queda a la espera
de que las grandes rocas no se despeñen
y ocurra una tragedia.
Ya en el fortín contemplamos
la mansedumbre de esas aguas
de un río Júcar en su recta final
antes de llegar al fondeadero
de barcos de recreo y otros de pesca.
Que gran armonía la de esos campos arroceros
que llegan desde la misma Albufera
hasta Favara la del Virgo de Vicenteta.
Y por último viene la bajada tranquila
hasta la playa de San Antonio
donde sin lugar a dudas me espera
un merecido descanso en esta mañana
que ya comienza a ser de sol y sombrilla playera.
José Vte. Navarro Rubio
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